Quienes hacen cine entenderán la expresión, cuyo sentido es, en sí misma y hasta cierto punto, meridiano si se traslada a otros ámbitos. Yo ya ni siquiera recuerdo muy bien cómo se aplica técnicamente y cámara en mano o moviola en ristre esa artimaña de los rodajes, pues era bastante compleja, pero así, salto de eje, la llamaba Carlos Serrano de Osma, que fue mi profesor de realización en la Escuela de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas cuando en ella, allá por los años cincuenta, cursé estudios que nunca llegaron a puerto ni me sirvieron para nada.
El ámbito al que hoy la aplico es a la historia universal, nada menos, en cuyas vísceras se está produciendo un salto de eje o, más bien de doble eje: el horizontal y el vertical, el de la geografía y el de la cronología. Termina el ciclo iniciado en 1789: el de la división de la política en derechas e izquierdas. Termina también, aunque ése empezó mucho antes y su origen es más profundo por ser de índole no ideológica, sino filosófica, religiosa, psicológica y costumbrista, el de la división del planeta en dos hemisferios ahora opuestos que antes eran complementarios: Oriente y Occidente.
O lo que es lo mismo: comienza, y va ya bastante adelantado, ese Nuevo Orden Mundial del que tanto se habla, por lo general a bulto.
Le Pen y Zemmour son de una antigua ideología que por fin renace: la del sentido común, la de la defensa propia, la del instinto de conservación
¡Qué carape! El Brexit, Trump, el Covid, la guerra de Ucrania, Internet, el guirigay de las Redes, la Inteligencia Artificial y las horripilantes Agencias orwellianas que de ella se derivan, los metaversos, el veganismo, el animalismo, el ultraecologismo, el megafeminismo, la elección de sexo a la carta, lo que acaba de suceder en Hungría, en Serbia, en Francia… Todo eso, más los cartuchos que se me quedan en la recámara, no iba a suceder en vano. Los jinetes del último libro del Nuevo Testamento ya no son cuatro. Son una manada. Apocalipsis es voz griega que, literalmente, significa ‘revelación’ ‒o sea: quitar el velo‒, pero cuyo sentido figurado, según el diccionario oxoniense, es «fin catastrófico o violento que conlleva la desaparición de una cosa».
Algunos apuntes a pie de página, que no bastarán para delimitar y menos aún agotar la aparatosa mutación a la que me refiero…
El concepto de derecha e izquierda, que nació en la Francia revolucionaria y jacobina, y que en ese país seguía, hasta hace poco, haciendo estragos, ayer, Domingo de Ramos, feneció allí mismo. Marine Le Pen y Zemmour, que han arramblado con más del 30% del cuerpo electoral o al menos del que acudió a las urnas, no son, como dicen los izquierdistas, los centristas y sus lacayos de la prensa, de derechas, sino de una antigua ideología que por fin renace: la del sentido común, la de la defensa propia, la del instinto de conservación… España, que siempre, desde Felipe V, va subida al pescante del furgón de cola del país vecino, lleva retraso, pero ya está sucediendo en ella, y más que sucederá, algo similar a lo que en ese país ha sucedido.
La Europa Comunitaria tiene los días contados… Tan contados como los de la hegemonía estadounidense
La Europa Comunitaria, con el pescuezo aprisionado en el quíntuple cuello de botella del fin de la Revolución Francesa, de la pandemia, de la crisis económica, del irresistible ascenso del iliberalismo y de su apoyo armífero al titiritero Zelensky, tiene los días contados… Tan contados como los de la hegemonía estadounidense, a la que ya se le han puesto ojos de almendra.
La democracia tal como hasta ahora se entendía, también, pero esta afirmación con ínfulas de información requiere reflexiones más extensas y más intensas de las que hoy cabe deslizar aquí. Ya las haré.
La capital del mundo se nos va a Pequín; su sucursal, a Moscú; los coros y danzas estarán en Delhi, en Estambul, en el orbe islámico; Europa seguirá siendo lo que ya es: un parque temático para que los nuevos mandarines, zares y califas vengan a divertirse, a comprar baratijas y a beber chupitos de cultura.
Repaso lo que he escrito y reparo en que me he metido a profeta. Será que, recién llegado de Patmos, como ustedes saben, que para mí fue la isla del Pasmo, se me ha subido a la cabeza el síndrome del Apocalipsis. El evangelista murió antes de saber que no se había equivocado.