«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Salve, Elon

28 de enero de 2025

Los legacy media (soñaba con utilizar este anglicismo de conversador público), no se aclaran con Trump y Musk. Por un lado, nos cuentan que quieren sacarnos del orden liberal de 1945 para llevarnos al de Westfalia. Algo que tendría sus ventajas: se acabaría con la inseguridad jurídica nacida de una concepción moralista del mundo donde el tan cacareado «sistema de reglas» tiene como fuente primaria la ley del embudo (fuerza creadora del artículo 33). Por otro lado, coligen que el saludo improvisado por Elon Musk durante la celebración de la investidura presidencial trumpiana nos conduce a un Münster distinto al de 1648. ¿En qué siglo nos quedamos?

Por de pronto, el brazo en alto del tecnomagnate ha violentado a Yolanda Díaz y Julia Otero, que han decidido marcharse de Twitter. Al fascismo no se le discute, se le desinstala del teléfono móvil. Afortunadamente, todavía quedan en la red social tuiteros churchillianos de Lucena o de Motilla del Palancar. Llegada su finest hour, han anunciado que se quedan en X para defender la democracia. Hurray! Lo harán con esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas. Lucharán desde el sofá orejero. Lucharán desde el salón.

Mi nazímetro anda confundido con la mini polémica del saludo romano. Saludo que, leo, no tiene nada de la ciudad de las siete colinas. Lo juro por los Horacios. Si los paleros de los años noventa lo calificaban de íbero, ¿era por algo?… Pero romano o íbero, de haber algún tipo de intención perversa por parte del brazo derecho de Trump, que es el de Musk, la cosa huele más al Londres de 1978, o al barrio de Salamanca «pre-chévere» de 1992, que al Berlín de 1937. Elon levantó el brazo como los cachorros de la milla de oro madrileña lo hacían cuando el DJ pinchaba El imperio contraataca en sesión de tarde (quinientas pesetas entrada y consumición). Una parodia dentro de otra. Ese inopinado gesto de fogueo y de desfogue tenía un punto de travesura y desafío. Era de nuevo un fuck your own face, pero en carne y hueso y con vocación extensiva. Thierry Breton, los medios tradicionales y lo woke, en estado terminalestaban invitados a escandalizarse. ¿No querían el «fourestiano» derecho a la blasfemia? Pues un cuarto de taza, como muchísimo. 

De asumir que el aspaviento de Musk tuvo un doble propósito, algo que solo él sabe, no pasaría de ademán provocativo sin carga ideológica alguna. Salvando las distancias, lo más parecido a eso que hemos tenido en Europa recientemente ha sido la quenelle. El nombre de la insulsa especialidad de la cocina lionesa fue transformado en gesto de insumisión a la República durante la presidencia de François Hollande. Su creador, el polémico humorista Dieudonné, era el enemigo número uno de la gran esperanza de los libres e iguales: Manuel Valls. No es Charlie todo el que quiere y hay blasfemias que son más llevaderas que otras. La exitosa carrera de la quenelle se vio truncada cuando se la consideró «un saludo nazi invertido», algo que realmente nunca fue.

Como lo de Musk.

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