Los mensajes de Sánchez y Ábalos, a los que ahora se suman también los del inefable ZP, difícilmente pueden sorprender a nadie que esté bien informado del tipo de Gobierno que es éste. Porque nada en su contenido difiere de lo que día a día, desde hace ya unos años (que nos parecen siglos), viene perpetrando el inquilino de la Moncloa y la tropa de frikis que puso al frente de la gestión pública.
Estos generadores con piernas de apagones eléctricos y de trenes que se paran en medio del campo son la única especie humana que podría estar a las órdenes de un tirano como Sánchez. La pájara de Defensa (no sabemos si igual de «pájara» que Yolanda Díaz), mostró en Valencia, tras el desastre de la gota fría, el tipo de ser que hay dentro de su metro cincuenta. Y no la importa que su jefe se burle de ella en unos wasaps publicados en portada, porque, total, ¿dónde podría ir mejor que mejor esté? Muchas dudas de que pudiese repetir cargo en ninguna otra nación medio seria.
El contenido de los mensajes es tan surrealista, demuestran tal pequeñez humana, que muchos españoles dudan de si son ciertos o inventados. Pero el «galgo de Paiporta» tiene esa extraña habilidad que poseen algunos humanos de lograr que los demás te rían las gracias aunque por dentro estén pensando que eres un indeseable. De hecho, al dueño de la famosa taberna Garibaldi (sacada de la ruina gracias a la generosidad del proletariado de Vallecas y alrededores) tampoco le importa mucho que el presidente del Gobierno le ponga a parir en los wasaps: «Yo tampoco soy un santo», ha dicho. Pues no lo habíamos notado.
Zapatero reconoce en una charleta por escrito con Ábalos que «Delcy Rodríguez es su amiga»; cosa lógica, claro, porque sin esa amistad criminal no hubiese podido convertirse en el aliado principal del cacique de Venezuela. No sería su defensor en Europa (la Unión Europea, que controla el bipartidismo, sigue siendo cómplice de Nicolás Maduro), ni el que acude raudo a Caracas, cuando el tirano llama a las urnas, a asegurarse de que sus llamativos intereses allí quedan asegurados de nuevo.
El episodio de Delcy en Barajas y el rescate de la aerolínea fantasma Plus Ultra (con 53 millones de euros) retratan al PSOE incluso mejor que el tour por los paradores de Ábalos con sus sobrinas. Es un partido acostumbrado a moverse como el aniquilador de democracias que es, y que siempre ha sido: saltando por encima de las leyes vigentes y haciendo de la discrecionalidad y el fraude su hábitat natural. La estafa criminal de Plus Ultra quedó archivada por los altos tribunales, naturalmente; con razón cuesta tanto poder controlarlos.
Si a estas alturas alguien creía (Pedro José, ¡qué ingenuo aparentas ser, todavía a tus años!) que Sánchez y su banda se iban a inquietar por la filtración de unos wasaps, está claro que no termina de tener claro quién es el personaje. Con sus seres más cercanos imputados, con varios de sus ministros muy cerca de estarlo, con él mismo cada vez más arrinconado y aislado, Sánchez no caerá como Ceaucescu, ni como Sadam, ni como Gadafi, porque ya los tiempos (y los lugares) son otros. Caerá tras un jaque mate del pueblo español la próxima vez que nos permita ir a votar.