Con la canonización de Juan XXIII y de Juan Pablo II la Iglesia hace, definitiva justicia, con dos de las más gigantescas figuras, no ya del Cristianismo, sino de la historia de la Humanidad, en los últimos XXI siglos.
Aún me emociona recordar la primera vez que tuve muy cerca de mí a Karol Wojtyla -uno debe al final hablar de quién ha conocido y, si todos tenemos un papa, éste es el mío por edad- en el madrileño Paseo de la Castellana, en 1982. Aún era un joven y enérgico Papa, decidido a cambiar los cimientos de la Iglesia desde la base hasta la cúspide. No había sufrido todavía el criminal zarpazo del terrorismo y probablemente él mismo desconocía la ciclópea tarea que le esperaba.
Yo elegiré tan sólo una de sus muchas contribuciones a que el mundo en el que vivimos, aunque parezca increíble, sea algo mejor que el que encontró cuando llegó al Vaticano: su papel esencial en la demolición del comunismo –yo prefiero referirme a él por su más genérica y correcta denominación de socialismo, o ‘socialismo real’ que dicen los cursis- si atendemos a la literalidad del infame Carlos Marx. Juan Pablo II entregó lo mejor de sus esfuerzos a que aquella gran mentira, que encubría la ideología más asesina que los siglos hayan contemplado, pudiera comenzar a ser sólo una horrible pesadilla del pasado. Otros le ayudaron desde la política, como se sabe, Ronald Reagan o Margaret Thatcher sobre todo, pero él, desde la autoridad moral que le confería haber visto la luz en la católica Polonia, uno de los pueblos más castigados precisamente por aquel azote criminal, supo enfrentarse a aquella demoníaca creación con la fuerza y el tesón de un Hércules redivivo. En 1989 caía el muro de la vergüenza y ya nada volvió a ser igual. Por eso, todos los que siguen confesándose como socialistas, o comunistas, que tanto me da, sigue odiándole, algunos en silencio, otros a gritos y con los puños apretados por la rabia. Y desde un trasnochado anticlericalismo, que la realidad de una sociedad como la Europea que acumula siglos de tradición judeo cristiana se empeña en desmentir cada día, siguen intentando silenciar sus logros y ensuciar su figura con casos, algunos tal vez reales y otros muchos presuntos de abusos cometidos por algún pastor de almas durante su mandato, también el de sus sucesores, en algún lugar del mundo. Ahora, éstos herederos ideológicos de los mayores canallas de la historia, cuestionarán las canonizaciones de Juan Pablo II y de Juan XXIII como un error de su amado Francisco. Si atendiéramos a todos los socialistas que en la historia han robado o matado, de violar ni hablamos, en algún lugar del mundo en los últimos dos siglos, además de los mundialmente genocidas Mao o Stalin, ni uno sólo de quienes profesan semejante ideología podría volver a pisar la calle jamás. Por todo esto y por mucho más, Santo seas por siempre Karol.