«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Seis marquesados, seis

24 de junio de 2025

Diez años después de su proclamación como Rey de España, Felipe VI ha concedido sus primeras mercedes nobiliarias. Concretamente seis marquesados. Todos transmisibles salvo uno, vitalicio. No seré yo quien cuestione la necesidad del Derecho Premial, pero he creído ver un destello letiziesco en la concesión del título a Luz Casal y a Cristina García Rodero. No han creado ninguna «joya literaria», pero brillan en el universo de la canción y la fotografía con permiso, en el primer caso, de Julio Iglesias (¿qué hay de lo suyo?). Quizá lo de marquesa de Luz y Paz hubiera quedado más redondo todavía si a la denominación se hubiera añadido «de Luz renovable y Paz de la OTAN», algo realmente en la misma frecuencia de nuestros intereses institucionales. Desde el discurso del rey en Aquisgrán, que no es disparatado relacionar con su aceptación de la presidencia honorífica del listado «Top líderes LGTBI+ 2025» auspiciado por Actualidad Económica, ya queda menos para que veamos la concesión del ducado de la Diversidad, la baronía del Empoderamiento o el condado de las Bajas Emisiones. Para éste último, por cierto, me permito sugerir a José Luis Martínez-Almeida que, por matrimonio, no está muy alejado de la Casa.

Hay instituciones a las que sienta mal el compadreo con la insobornable contemporaneidad* y cuya actualización, seguramente necesaria en algunos aspectos, ha de llevarse con pies de plomo. Lo hemos visto con la Iglesia y algo parecido sucede con la Monarquía. Si a la nuestra le quedara todavía algo de fuego sagrado, debería saberse trascendente y superior al 78, injerto que nos une al cínico orden mundial basado en la ley del embudo que entroniza la «persona humana» como entidad abstracta; como electrón libérrimo descolgado de sus vínculos comunitarios y, en ocasiones, hasta de su realidad biológica. Representar una institución que tiene más de mil quinientos años de historia también es ser consciente de que hay algo en ella que excede ciertos marcos políticos y que, en su compromiso con España y su pueblo, debería conservar el carácter poco acomodaticio de quien está fuera del mundo.

La aristocracia a la que llegan los marqueses de nueva creación ni está ni se la espera. La vieja nobleza se ha hartado de decirnos que son «gente normal» y que no añoran la existencia de una Corte (aunque haberla, hayla, pero sin ellos). A fuerza de repetirlo se han hecho todavía más irrelevantes de lo que ya eran. Han desaparecido las Damas Nobles, los grandes chambelanes y los acompañantes de semana. Sea. Los hemos reemplazado por periodistas y políticos. No sé si hemos ganado con el cambio, pero la clase rectora, hoy, es otra. Y la antigua, ya sin más misión histórica que la del obsequio dentro de un sistema que la desprecia, se reúne en guetos rodeados de césped para jugar al cróquet. Sabe manejar la pala de pescado y puede dar conversación, menos da una piedra. Incluso, para algunos, la Grandeza no es tan solo nobleza de sangre sino un compendio de virtudes personales que practican. Todo para que, al final, lo único que se destaque de este grupo en la cultura popular sea su supuesto carácter excéntrico y la holgazanería. No les culpo por padecer cierta desubicación; su espíritu es el del servicio a la Corona pero, ¿qué ocurriría si la propia Corona hubiera sufrido un debilitamiento en la tensión espiritual que le debería acompañar?

Curiosamente, es en aquellos lugares en los que la institución monárquica ha sido derrocada donde todavía conserva un fuerte poder simbólico e incluso suscita cierto fervor juvenil no exento de carácter subversivo. En cambio, aquellas monarquías alineadas, más o menos tímidamente, con el consenso reinante (este sí) son consideradas inofensivas o inexistentes de facto y no despiertan el entusiasmo siquiera de una aristocracia que, tradicionalmente, es en la adversidad donde se crece y da lo mejor de sí. Buena suerte a todos los agraciados de la semana pasada, aunque sospecho que ellos están en otras batallas. 

*Feliz hallazgo del marqués de Tamarón.

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