«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

Siria, ¿una dictadura menos?

14 de diciembre de 2024

El 8 de diciembre pasado se derrumbó el régimen instalado en la República Árabe Siria bajo el mando de Bashar al-Assad en medio de importantes ofensivas de la oposición interna liderada por Tahrir al-Sham y apoyada por otros grupos rebeldes, incluido el Ejército Nacional Sirio, como parte de la guerra civil que había comenzado en 2011.

La caída de Damasco, su capital, marcó el fin de la era Assad, una especie de dinastía que había gobernado el país como una dictadura totalitaria y hereditaria desde que el padre del gobernante recientemente derrocado, asumió la presidencia en 1971.

Assad huyó de la capital con destino a Rusia, que le concedió asilo y donde su familia se ya se encontraba desde una semana antes. El ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia anunció su dimisión. Simultáneamente, los rebeldes declararon la victoria contra el gobierno de Assad a través de la televisión estatal. En Damasco se produjeron celebraciones públicas tras conocerse los acontecimientos.

Los paramilitares fervientemente leales conocidos como Shabiha («fantasmas») deificaban la dinastía Assad mediante lemas como «¡No hay más Dios que Bashar!» y llevaban a cabo una guerra psicológica contra las poblaciones no conformistas.

Tras la muerte de Hafez al-Assad, su hijo y sucesor, heredó el culto a la personalidad existente, y el partido lo aclamó como el «Joven Líder» y la «Esperanza del Pueblo». Influenciada por el modelo de liderazgo hereditario de Corea del Norte, la propaganda oficial en Siria atribuyó rasgos divinos a la familia Assad. 

Una profunda crisis económica con aproximadamente el 90 por ciento de la población por debajo de la línea de pobreza y muchos viviendo en campos de desplazados, corrupción endémica, nepotismo, la pérdida de contacto con la realidad y el pensamiento en el paradigma de hace 50 años contribuyeron a la erosión de un gobierno que, además, vio tambalear sus apoyos externos a consecuencia del  debilitamiento de los aliados tradicionales: Rusia, centrada en la guerra en Ucrania e Irán enfrentando desafíos regionales, más Hezbolá y Hamás en guerra con Israel.

No demoraron en escucharse expresiones de diferentes jefes de estado tras la caída del dictador sirio. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dijo que desde que el ejército sirio había abandonado sus posiciones, el acuerdo fronterizo que ambas naciones firmaron en 1974 se había disuelto, y que para prevenir cualquier posible amenaza y hasta que se llegara a un acuerdo con el nuevo gobierno en Siria, había ordenado a las Fuerzas de Defensa de Israel que volvieran a ocupar temporalmente la llamada «Línea Púrpura», de la que se habían retirado hace cincuenta años. 

El ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel Albares, afirmó: «Queremos que los sirios decidan su futuro y queremos que sea pacífico, estable y garantizando la integridad territorial». No parecieron palabras demasiado entusiastas sobre la finalización de una dictadura larga y sangrienta; en tanto su par de Ucrania dijo que la caída de Assad era el resultado inevitable de confiar en el apoyo ruso y que el presidente Vladimir Putin, «siempre traiciona a quienes confían en él». En Estados Unidos, por su parte, el presidente Joe Biden declaró que «por primera vez, ni Rusia ni Irán ni Hezbolá pudieron defender este régimen aborrecible en Siria» y el presidente electo, Donald Trump, dijo: «Assad se ha ido. Huyó de su país debido a que su «protector», Rusia, perdió interés en Siria debido a su guerra con Ucrania”. La Alta Representante de la Unión Europea señaló que el fin de la «dictadura de Bashar es un acontecimiento positivo y largamente esperado» que «muestra la debilidad de los partidarios de Assad, Rusia e Irán».

El gobierno de Assad era un aliado importante de la República Islámica de Irán y un miembro de larga data del «Eje de Resistencia”, también liderado por Irán. La pérdida de Siria tiene consecuencias inmediatas entre sus aliados: se interrumpieron las rutas de suministro de Irán a Hezbolá en el Líbano, lo que debilita el arsenal del grupo y disminuye la presencia estratégica de la República Islámica en la región.  

Los kurdos de las Fuerzas Democráticas Sirias, que cuentan con el respaldo de Estados Unidos, y el grupo armado pro-turco han protagonizado este jueves nuevos enfrentamientos al norte del país, combates que han provocado el desplazamiento de miles de personas. El secretario de Estado americano, Antony Blinken, ha llegado a Turquía con el cometido de aplacar las tensiones. Europa, por su parte, teme más migraciones y otro aluvión de refugiados que se sumaría al enorme problema que ya padece la región. 

El toque de queda impuesto en el comienzo de las revueltas fue levantado. Que se haya puesto fin a la dictadura de la familia Assad es una buena noticia, pero como ha pasado en otros movimientos similares en la región, habrá que esperar a ver las próximas medidas y los alineaciones internacionales. Por lo pronto, será difícil decidir sobre un nuevo sistema de gobierno dada la diversidad de la coalición rebelde; mientras algunos grupos están algo estructurados y organizados, otros son entidades más locales, casi independientes. Es una oposición heterogénea que no reconoce un único líder. 

Mientras tanto, la milicia HTS actualmente controla la capital y las principales ciudades sirias. Reina una tensa calma porque se trata de un grupo islamista y radical, aunque sus caras visibles se muestran, hasta ahora, como moderados. Un dato alentador es que, no hace mucho, rompieron su relación con Al Qaeda; el lado “B” de esa noticia es que tenían relación con Al Qaeda. Final abierto para un conflicto que excede las fronteras de Siria y que se suma al estado de beligerancia que escaló en Medio Oriente en los últimos años. La mirada y la esperanza están puestas en la capacidad del electo presidente americano Donald Trump de retrotraer las cosas y conseguir un cese de las hostilidades. Un mundo en crisis reclama un líder global que enderece el rumbo; claramente, Joe Biden estuvo lejos de serlo.

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