Mónica de Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, ha hablado de unos gallardos españoles que en pleno boom dejaron sus estudios en la ESO, o antes, porque «en la construcción ganaban mil euros. O mil quinientos. Y eran el rey del mambo el viernes y el sábado». Luego se esfumó el ladrillo, y pasó lo mismo con el sueldo y con el mambo. «Tenemos un millón de españoles así», es decir, sin formación alguna y sin esperanzas de encontrar empleo. No saben hacer nada. No los quiere nadie. Y menos si hay que pagar por su trabajo «un salario mínimo, aunque no valgan para nada; un dinero que no producen». Ella propone darles una salida: permitirles trabajar por lo que ellos puedan aportar, aunque quede por debajo del SMI.
Los sindicatos, que confunden el culo con las témporas y lo público con lo propio, han dicho que estas palabras son incompatibles con la democracia. Lo dicen ellos, que condicionan la política económica y no les ha votado nadie, ni en las elecciones sindicales. Y que consideran que el latrocinio sí es compatible con la democracia. Aunque en esto último tienen razón, verbigracia.
También tiene razón Mónica de Oriol. Los ni-ni-ni: ni estudian ni trabajan ni aportan. Y puesto que no aportan, no cobran. Es sencillo: esto se basa en que en el mercado recibes en función de lo que das a cambio. Si tu trabajo tiene valor, podrás pedir un mayor sueldo. Si el valor de lo que aportas es bajo, no podrás hacerlo. Y si el Gobierno impide a empresarios y trabajadores acordar un sueldo por debajo de un mínimo, esos contratos no tendrán lugar y el trabajador se quedará en su nininineo. Esta es la solución que les dan los sindicatos. ¿Que no saben producir más con su trabajo? ¡Que les den! Haberse metido al noble arte del latrocinio.