Incendió las redes la influencer Dulceida posando con el recién nacido en una mano y un fuet en la otra, un fuet al que le colgaba la etiqueta. Parecía un cuadro: la madonna de Tarradellas, y todo el mundo pensó que era un anuncio.
Pero Dulceida lo desmintió a las pocas horas, y se quejó de que se pudiera enturbiar así «un momento tan íntimo». Mala praxis, dijo, y mandó a la mierda a los críticos. Explicó que por ley la publicidad en las redes sociales debe venir señalada. Un rotulo ha de indicar qué parte de la vida influencer es real y qué parte anuncio.
Puede que lo del fuet no fuera publicidad sino algo peor. En realidad, Dulceida está popularizando lo que se observa desde hace un tiempo. Las mujeres «recién paridas», como dice Dulceida, se hacen una foto fuet en ristre, celebrando que ya pueden comer el producto prohibido, el fin de las restricciones. Quizás lo más apropiado sería un jamón o una bandeja de sushi, pero se está imponiendo el fuet porque el jamón parecería otro bebé y tampoco es cosa de sacar un blister.
Puede que estemos ante un nuevo ritual de parturienta, como el ya instituido baby shower, aunque en el caso de Dulceida el fuet, mirado con todos por sorpresa, incluso con estupor, devolvía a su vez algo a quienes lo miraban; el fuet, protagonista, reverberaba mudo, gritaba implícito, subrayaba algo al ser el de Dulceida un alumbramiento sin papá, fruto del amor de dos lesbianas. Porque (el matiz viene después…) ese fuet ¿no restituía ahí un poquito lo fálico? ¿O más bien terminaba de celebrar una sustitución? El fuet sirve. Con un morcón o un cantimpalos no sería lo mismo.
El fuet ha conseguido en los últimos años asociarse al imaginario familiar de la masía catalana. El fuet es longaniza con bienestar, correcta, le mot juste del embutido, y con una muy conseguida mezcla de tradición y modernidad ha logrado el tono, el difícil tono…
Pero la imaginación es libre y la forma es la forma y fueron Cavestany y Fernández Armero, creadores y guionistas de la serie «Vergüenza», los que hace unos años le vieron al alargado fuet todo su potencial exploratorio en un episodio en el que Malena Alterio, en acto consentido, sodomizaba con uno a Javier Gutiérrez (le espetaba el espetec), que mágicamente recuperaba la erección perdida.
El fuet de Dulceida, que lo agarra como el Leviatán de Hobbes agarra el cetro, incorpora sin querer ese bagaje digamos semiótico y puede hacer tendencia, convertirse en la imagen de la reconquista femenina de la libertad posparto. La parturienta, completa ya con el niño, dichosa, plena, recupera la individualidad y se reengancha a la vida con esa lejana reminiscencia de lo varonil.