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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Sueño y productividad

6 de noviembre de 2013

Es ampliamente conocida la anécdota por la cual el químico alemán August Kekulé (1829-1896) descubrió la estructura del benceno, fenómeno cuya solución venía persiguiendo infructuosamente desde hacía algún tiempo. Una tarde a principios de 1862, Kekulé –ya por entonces famoso por haber ideado las valencias de los átomos, sobre las que se fundamenta la teoría estructural– fatigado por el esfuerzo que suponía la redacción de su libro de texto, acercó su butaca a la chimenea y cayó dormido, soñando con una serpiente que se mordía la cola. Despertó repentinamente y dedujo que la estructura del benceno pudiera ser cíclica –es decir, que los átomos estuvieran enlazados entre sí formando un anillo–, como ciertamente resultó ser. Gracias a este sopor postprandial, Kekulé no sólo vino a dar con una de las claves de la química orgánica, sino que también validó la clásica sentencia de Heráclito según la cual “incluso un alma que duerme puede estar laborando duramente”.

Valga haber traído a colación este famoso episodio a raíz de la reciente aprobación por parte del Congreso de una propuesta de la Comisión de Igualdad que, entre otros puntos, insta al Gobierno a estudiar la posibilidad de cambiar el huso horario de España, adecuándolo al de Reino Unido y Portugal, a fin de recuperar el horario solar peninsular en uso hasta la Segunda Guerra Mundial. A los pocos días, el diario británico The Telegraph, tomaba esta iniciativa como pretexto para achacar “el escaso rendimiento laboral” de los españoles “a las prolongadas siestas”. Sin embargo, los datos vienen a contradecir este tópico: según un estudio publicado por la revista científica Neurology, el ranking de países con mayor seguimiento de la siesta está encabezado por Alemania –el 22% de los alemanes la duerme al menos tres veces por semana–, seguida de Italia (16%) y Reino Unido (15%). España sólo alcanza el cuarto puesto –casi a la par con Portugal–, con un nueve por ciento, menos de la mitad del valor que presenta el país germano.

Cuestión distinta es que los españoles se sitúen entre los ciudadanos europeos que más tarde se acuestan y menos horas duermen. De acuerdo con las estadísticas, la mitad de la población nacional lo hace regularmente pasada la medianoche (otro veinte por ciento después de la una), en tanto que en Europa y en Estados Unidos sólo un tercio rebasa las doce. En la práctica, esto se plasma en que el español medio apenas dispone de seis horas de sueño diarias, unos cuarenta y cinco minutos menos que la media europea y estadounidense. A modo de comparación: en los países escandinavos dos tercios de la población duermen ocho o más horas diarias.

Hemos de precisar, no obstante, que no disponemos aún de análisis empíricos que contrasten en el ámbito internacional la relación entre horas de sueño y productividad económica, aunque sí contamos con numerosos estudios que han comprobado la correlación positiva entre ambas variables en el plano individual. Así, una investigación realizada en 2011 por la Universidad de Harvard, estimó que cada trabajador estadounidense costaba a su empresa, en media, unos 2.280 dólares anuales (alrededor de 1.600 euros), –el equivalente a 7,8 días de trabajo perdidos al año– por causas directamente imputables al descanso insuficiente. Corrigiendo estos datos por la diferencia en las medias de los salarios y del número de horas dormidas entre ambos países, se obtendrían unas pérdidas de aproximadamente 1.110 euros por trabajador y año para el caso español, cifra nada desdeñable si se extrapola al conjunto de la población empleada.

Claro está, que habrá quien alegue el caso de algún insomne ilustre que deba su productividad precisamente a la falta de sueño, como Fernando Lázaro Carreter, cuyas noches en vela le llevaban a escuchar los programas radiofónicos matutinos, sirviéndole los errores cometidos por los locutores como principal fuente de inspiración para sus célebres Dardos en la palabra. Mas estos ejemplos son, en todo caso, lo suficientemente excepcionales como para no influir en nuestra estimación.

En 1890, al conmemorar Kekulé en una conferencia su revelador sueño, proclamó: “¡Aprendamos, pues, a soñar, caballeros, quizás podamos descubrir así la verdad!”. Curiosamente, una investigación realizada en 2008 por una compañía estadounidense, concluía que el 51% de los empresarios encuestados soñaba con frecuencia con temas laborales. De ellos –y este dato no deja de resultar sorprendente, en tanto que demuestra que el consejo de Kekulé no sólo es válido para científicos sino también empresarios– el 70% aseguraba haber implementado posteriormente, en su empresa, las soluciones soñadas.

En consecuencia, quizás la cuestión a discutir no sea la necesidad de cambiar el huso horario, sino la conveniencia de adecuar el patrón de sueño nacional al modelo imperante en el resto de Europa y de Estados Unidos. Pues, como afirmara el filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900), “el arte de saber vivir, es saber dormir en los momentos adecuados” –cabría añadir– y durante el tiempo preciso.

*Thomas Baumert es profesor de Economía Aplicada. 

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