«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El tamaño sí importa

4 de septiembre de 2015

Enormes todoterrenos cuya misión no es sortear socavones sino cargar las bolsas del Mercadona, colosales mansiones en la Finca, extraordinarios yates de centenares de metros de eslora, exorbitantes brillantes de querida de oligarca ruso, gigantescos relojes, opulentos y monumentales logos en la ropa, caballos de Ralph Lauren que simulan en dimensiones a elefantes en  camisas y polos, limusinas interminables repletas de magnum de Moët, gigantescas tetas de silicona…

Poderío de yankee frente a la caballerosidad de los sudistas.

Lo grande, lo muy grande, es malo.  La colectivización de la URSS lo fue, así como los colosales festivales de Benicassim, Kim Jong Un, Lehman Brothers, la pirámide de Madoff, el imperio napoleónico o el frustrado III Reich. Antes o después sobreviene un crack bursátil que ríete tú del de el año 29.

Esta filosofía vital se debe necesariamente trasladar al terreno sentimental. Las pasiones encendidas además de horteras son absolutamente prescindibles. Hay que copiar el desapego británico. En eso Churchill fue de lo más pragmático, a nadie quiso como a su osito de peluche y a su nannie.

Dante sin embargo defendía que nadie que no haya experimentado la pasión puede comprenderla, y así acabó:  dando vueltas en un guirigay de universo concéntrico donde le hicieron toda clase de perrerías.

Madame Bovary, Maria Antonieta, Anna Karenina, La Regenta, Escarlata O’Hara… todas muertas, enfermas o solas. No compensa. 

Una no puede descomponerse con cada romance frustrado. A mi edad una debe racionar su propia excitación, de otro modo entraríamos en colapso ad infinitum. Las pasiones desmesuradas sólo valen para escribir la biografía de Madame Pompadour o para que Miele venda lavadoras a cincuentonas lectoras de Las 50 sombras de Grey.

La única diferencia que existe entre un capricho y una pasión eterna es que el capricho es más duradero. Por eso no puedo sino celebrar la canción que deja a la altura del betún a Kant y Freud, a Aristóteles y Platón,  a Paulo Coelho y Confucio. ¡Cuánta verdad en los acordes de A dos Velas!:

Cuanto más grandes las puertas, más nos cuesta entrar por ellas, cuanto más grandes los hombres, más solitarios se quedan, cuantos más grande el amor, más tiempo duran las penas, yo quiero cosas pequeñas, que se olviden y no duelan, yo quiero cosas pequeñas, que al final no dejen huella, cosas pequeñas que pasan cosas pequeñas que vuelan, cosas pequeñas que pasan, cosas pequeñas que vuelan…

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