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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La tiranía de la corbata

17 de junio de 2015

a imagen de las personas, ese terrible dilema. El aspecto físico, los cortes de pelo, esas barbas tan de moda, el traje dos tallas más grande y largo o por el contrario estrecho y pesquero, las corbatas anchas o más finas, calcetines si o calcetines no, las camisas por dentro o por fuera, camisetas sólo para la playa o de vez en cuando en la ciudad… Hay mucha gente a las que todos estos planteamientos estéticos ni le van ni le vienen o no le dedican ni un segundo, pero también hay otros muchos que no salen de casa sin tirarse una hora en el armario eligiendo la corbata que vaya a juego o ante el espejo peleándose con la gomina para realzar su nuevo corte de pelo.

¿Es una esclavitud el traje y la corbata? Pues sí que lo es. Sin duda. Y quien diga lo contrario miente. Una pregunta que hago siempre a los ultradefensores del traje por encima de todas las cosas es: ¿Te fías más de alguien con traje y corbata que de una persona con un bonito polo? Y ante las dudas y la cara de sorpresa que ponen ante la cuestión, les aclaro: pues todo depende siempre de las personas, no del atuendo que lleven. A mí me resulta indiferente que un presentador de telediario me relate las noticias del día con un traje de corte perfecto y de un buen paño inglés que con un vaquero clásico y una camisa blanca sin una arruga. ¿Por qué tiene que prevalecer la corbata sobre todas las cosas? ¿Por qué es un signo de distinción? Igual el presentador que va más de sport comunica infinitamente mejor que el que porta el traje de 1.000 euros ¿Qué más da?

Para los que mantienen que se ponen a diario traje y corbata por respeto a los demás al tener un empleo cara al público les digo lo mismo. Si uno es bueno y hace bien las cosas, no creo que deje de tener éxito por hacer su trabajo con una camisa y unos chinos. No digo que se plante con una vaquero roído y unas hawaianas, eso no, pero la obligación del dichoso traje me parece una imposición ilógica, incómoda y descabellada. Sobre todo para los que llevan trajes que les sientan peor que a un Cristo dos pistolas y se creen que por el mero hecho de ir trajeados imponen respeto y distinción. Pobres ilusos. Lo que muchas veces hacen es el ridículo.

Cuando voy a mi banco me atiende siempre en la ventanilla un señor que parece escapado de una película de los sesenta berlanguiana, con su corbata ancha, su americana de solapa XXL, su bigotito bien perfilado y, cómo no podía faltar, su clásico pisacorbatas dorado. Tiene aspecto de buena gente, pero luego resulta un gruñón que no hace más que refunfuñar y mirar cada dos por tres el reloj para ver el tiempo que le queda para salir escopetado…  En otra sucursal bancaria, los empleados, en su mayoría jóvenes, me atienden con polos de color naranja, vaqueros y siempre con una sonrisa en la boca y buena palabras. Y no parece que tengan ninguna prisa por salir de su oficina  ¿Dónde está la distinción? ¿Dónde me encuentro más seguro? No tengo ninguna duda.

Está claro que hay profesiones y profesiones. Publicistas, periodistas, cámaras, fotógrafos, gente del cine, de producción, hosteleros, comerciantes, libreros, chapuzas… Todos estos trabajadores parece que tienen carta blanca a la hora de ir a sus respectivos puestos de trabajo vestidos como les venga en gana, siempre y cuando no se falte al decoro y a la higiene. Banqueros, abogados, grandes directivos, médicos, empresarios y demás profesiones de elite deben, por sus trabajos, ir más con traje, aunque cada vez se aprecia que hay más triunfadores que deciden ir con trajes perfectos sin corbata o incluso con vaqueros, pulcros zapatos, camisa y una buena americana. Yo me siento encantado con un profesional bien trajeado, pero, no sé bien por qué, me siento más cómodo con otro que vaya elegante pero informal. Parece que la distancia es más corta y todo es menos serio.

Los clasistas merecen un capítulo aparte. Aquellos que miran por encima del hombro a los demás por su aspecto, o que critican o se mofan de alguien por llevar un polo naranja o unos calcetines multicolores. Señores, la gama de colores del pantone es maravillosa y hay muchos más tonos que los tristes grises, azules oscuros o negros de vuestros trajes. Hay camisas distintas a las blancas o las azulonas Oxford. La manera de vestir de mucha gente dice mucho de su personalidad, si es alegre, triste, atrevido, mogijato o un cenizo. De verdad, alguién con una camisa hawaiiana puedes ser más inteligente y más profesional que el señor del smoking de Armani. Y seguro que es más divertido y de cañas dará mucho más juego.

Para concluir, que un buen traje es ideal e imprescindible para determinadas profesiones, ceremonias importantes, reuniones trascendentes, eventos de postín o actos a los que acuden personas de alcurnia donde es obligatorio. Pero no se debe imponer a un agente inmobiliario, un publicista o a un conserje de una finca, sólo por poner tres ejemplos.  Todo, a su justa medida. 

Como dice mi buen amigo Juan, el que inventó la corbata debe ser el mismo que inventó la horca. Pero que me quede claro que me encantan…, cuando toca, no porque sí.

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