Queridos Marina y Pablo:
Chesterton escribió que casarse es como ir a la guerra. No explicó bien a cuál de todas, pero la metáfora chestertoniana esconde un gran secreto: el matrimonio es una aventura de dos bandos donde, entre trincheras, la bandera blanca aspira a ser alzada. El británico también dejó anotado que jamás había conocido ningún matrimonio compatible pero sí vio a lo largo de toda su vida matrimonios felices y con eso parecía conformarse. No veo ningún motivo para que vosotros no hagáis lo propio.
Casarse es un acto de pura generosidad pese a que a veces nos parezca una exaltación de lo individual. Es verdad que algunas celebraciones pomposas nos hacen olvidar el significado auténtico del matrimonio, que es un abajamiento ante un otro que te ama. Una boda consiste en aceptar la miseria propia ante la miseria de otra persona y celebrar que juntas, por fin, las dos miserias pueden aspirar a la felicidad. Casarse implica decir que sí a quien no lo merece y escuchar, con algo de sorpresa, que a uno también se lo susurran.
El «sí» de una boda viene a actualizar el «¡Fiat!» de la Virgen María frente al arcángel Gabriel. La pequeñez de una doncella nazarena trajo la salvación al mundo y vuestra pequeñez monosilábica traerá la salvación a una casa. Casarse consiste en aceptar que uno es dependiente y, como tal, limitado. Y bendita limitación, claro, porque en esta necesidad del uno respecto al otro se ha fundado nuestra civilización por milenios. Una boda en nuestros días, vuestra boda, es el reflejo de Caná, del banquete del Esposo un Jueves Santo y si me apuras representa hasta el miércoles de ceniza. Polvo somos.
Casarse significa aprender a pedir perdón y yo me emociono imaginando alguna discusión vuestra. Cuánta santidad hay en un matrimonio que se perdona y que obtiene, sin pretenderlo, la sobreabundancia de la Gracia allí donde el hombre se empeña en la abundancia del pecado. Una boda es una enmienda radical a tener razón: ya nunca tendréis la razón definitivamente y en caso de dudas siempre estará ella en posesión de la verdad. Si algo debe vertebrar un matrimonio es la cortesía del esposo, claro.
Una boda significa participar de la religión. Una religión que se actualiza, ese re-ligare que vuelve a unir lo que siempre debió estar íntimamente vinculado. Pero casarse también es relegere, el recogimiento que convierte una casa en un hogar que será bastión de una familia numerosa. No en vano casarse consiste en abrir una puerta al futuro de una familia, descubrir un ventanuco por el que pasarán generaciones y generaciones. Una boda consiste en plantar un grano de mostaza, situar una luz sobre el celemín y brindar por los bienes que desde mañana vais a compartir.
Casarse es enmendar el mundo que nos ha tocado vivir pero con elegancia. Vuestra sonrisa frente al altar, que es la nuestra algunos bancos más atrás, nos recuerda que una boda es un milagro porque todo os ha animado a hacer lo contrario. Una boda es una reivindicación puramente racional porque hace falta mucho intelecto para pensar en alguien antes que en uno mismo. Casarse nos recuerda que el amor vence siempre y que vale la pena dar la vida por la Vida para salvar la Vida. La boda de dos amigos significa haber elegido bien las amistades y la suerte de haber sido elegido cuando, en el fondo, ninguno lo merecemos. Una boda es una alegría, un don y una tarea. Manos a la obra.