Una semana despuĆ©s, aĆŗn no estĆ” claro quĆ© sucedió en la reunión de Ginebra y quiĆ©n fue el responsable Ćŗltimo de que no se firmara un acuerdo con IrĆ”n sobre su programa nuclear. Pero sĆ estĆ” claro que no se debió a las reticencias norteamericanas. El presidente Obama deseaba firmar con los iranĆes y por eso envió a su representante mĆ”ximo internacional, John Kerry, para cerrar la reunión. Tanto era el interĆ©s del presidente norteamericano que estaba dispuesto a ir contra lo que la propia ONU demandaba de IrĆ”n, a saber, poner fin a todo proceso de enriquecimiento de uranio en suelo iranĆ. La resolución 1696 es bien clara al respecto. IrĆ”n no tiene ningĆŗn derecho adquirido al enriquecimiento aunque sĆ lo tenga para el uso civil nuclear. Y, sin embargo, Obama estaba dispuesto a ceder y admitir que IrĆ”n mantuviera sus actividades de enriquecimiento de bajo nivel (3,5 y 5%) a cambio de que detuviera el de 20%. Un gravĆsimo error.
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IrĆ”n ha estado expandiendo su base industrial de enriquecimiento incluso esta misma semana, aƱadiendo nuevas centrifugadoras y sustituyendo las viejas por nuevos modelos mucho mĆ”s eficientes. Lo ha dicho el director de la AIEA tras su frustrante visita a TeherĆ”n esta misma semana. Y como bien seƱaló el primer ministro israelĆ, BenjamĆn Netanyahu, el aƱo pasado en la Asamblea de la ONU, llevar el uranio natural a un 3ā5 de enriquecimiento supone avanzar un 70% en el camino al material que sirva para fabricar una bomba atómica. Si IrĆ”n prosiguiera, con el acuerdo de las potencias occidentales, enriqueciendo a bajo nivel, podrĆa en muy poco tiempo acceder a grandes cantidades de uranio de uso militar cuando lo decidiese. En cuestión de semanas dispondrĆa de uranio al 90% no ya para una primera bomba, sino para todo un arsenal.
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Por eso lo que Obama estaba dispuesto a pactar cerraba en falso la crisis con IrĆ”n. Porque no eliminaba la amenaza iranĆ. Y por eso es tan peligroso que la administración estadounidense siga empecinada en firmar lo que sea en la reunión de la semana que viene. Mientras IrĆ”n conserve la capacidad de enriquecer uranio, la posibilidad de que militarice su programa no sólo seguirĆ” ahĆ, sino que los plazos requeridos para ello se acortarĆ”n dramĆ”ticamente. No es de extraƱar que Israel no quiera un mal acuerdo como el que Obama plantea. Ni que Arabia SaudĆ se arrime aceleradamente a PakistĆ”n para garantizar su propia seguridad ante lo que tampoco le gusta, la capitulación americana.
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Si Obama se empeña en firmar un mal acuerdo, no resuelve nada, sino que empeorarÔ todo. La carrera atómica en la región estÔ servida. Y eso a los españoles no nos interesa nada. Obama puede refugiarse en la distancia. Nosotros no.
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