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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

La traición de Obama

16 de noviembre de 2013

Una semana después, aún no está claro qué sucedió en la reunión de Ginebra y quién fue el responsable último de que no se firmara un acuerdo con Irán sobre su programa nuclear. Pero sí está claro que no se debió a las reticencias norteamericanas. El presidente Obama deseaba firmar con los iraníes y por eso envió a su representante máximo internacional, John Kerry, para cerrar la reunión. Tanto era el interés del presidente norteamericano que estaba dispuesto a ir contra lo que la propia ONU demandaba de Irán, a saber, poner fin a todo proceso de enriquecimiento de uranio en suelo iraní. La resolución 1696 es bien clara al respecto. Irán no tiene ningún derecho adquirido al enriquecimiento aunque sí lo tenga para el uso civil nuclear. Y, sin embargo, Obama estaba dispuesto a ceder y admitir que Irán mantuviera sus actividades de enriquecimiento de bajo nivel (3,5 y 5%) a cambio de que detuviera el de 20%. Un gravísimo error.

 

Irán ha estado expandiendo su base industrial de enriquecimiento incluso esta misma semana, añadiendo nuevas centrifugadoras y sustituyendo las viejas por nuevos modelos mucho más eficientes. Lo ha dicho el director de la AIEA tras su frustrante visita a Teherán esta misma semana. Y como bien señaló el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el año pasado en la Asamblea de la ONU, llevar el uranio natural a un 3’5 de enriquecimiento supone avanzar un 70% en el camino al material que sirva para fabricar una bomba atómica. Si Irán prosiguiera, con el acuerdo de las potencias occidentales, enriqueciendo a bajo nivel, podría en muy poco tiempo acceder a grandes cantidades de uranio de uso militar cuando lo decidiese. En cuestión de semanas dispondría de uranio al 90% no ya para una primera bomba, sino para todo un arsenal.

 

Por eso lo que Obama estaba dispuesto a pactar cerraba en falso la crisis con Irán. Porque no eliminaba la amenaza iraní. Y por eso es tan peligroso que la administración estadounidense siga empecinada en firmar lo que sea en la reunión de la semana que viene. Mientras Irán conserve la capacidad de enriquecer uranio, la posibilidad de que militarice su programa no sólo seguirá ahí, sino que los plazos requeridos para ello se acortarán dramáticamente. No es de extrañar que Israel no quiera un mal acuerdo como el que Obama plantea. Ni que Arabia Saudí se arrime aceleradamente a Pakistán para garantizar su propia seguridad ante lo que tampoco le gusta, la capitulación americana.

 

Si Obama se empeña en firmar un mal acuerdo, no resuelve nada, sino que empeorará todo. La carrera atómica en la región está servida. Y eso a los españoles no nos interesa nada. Obama puede refugiarse en la distancia. Nosotros no.

 

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