«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.
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Transnostálgico 

8 de junio de 2023

El lunes tuve la desgracia de cumplir años, con esa ya van treinta y una veces. Para los nostálgicos, a la alegría del día se le suma la nostalgia que, aunque de un modo diferente, también es una expresión del gozo del corazón. Y digo esto porque mi mujer, que me conoce muy bien, me regaló un libro fabuloso con fotografías inéditas de la Barcelona que va de 1844 a 1986. Puedo pasarme horas viendo algunas de esas fotografías, perdiéndome por las calles de la ciudad cuando ni siquiera mis abuelos habían nacido. 

Algo, quizá una intuición, me dice que la gente que transitaba por esas calles era mejor que nosotros. Seguramente por eso puedo detenerme tanto rato en una misma fotografía. Y ya sé que muchos lanzarán contra mi toda clase de improperios para intentar convencerme de que en esa época también había gente mala, igual que en la nuestra hay gente buena. 

Todas esas cosas ya las sé, y no se me ocurriría negar tamaña evidencia. Pero cada vez que me detengo en una imagen veo un mundo diferente del que creo que ya sólo nos queda eso: unas pocas fotografías, algunas piedras y el recuerdo de algunos familiares.

En esas plazas veo a gente elegante, veo a pequeños propietarios ganándose el pan con negocios que todavía no habían sido triturados por las grandes compañías, veo oficios ya desaparecidos, veo calles llenas de puestos ambulantes que seguramente no necesitaban una retahíla de permisos imposibles para funcionar, veo a familias con niños bien vestidos que seguramente sabían saludar a los vecinos y dar los buenos días. Veo calles llenas de vida, calles que eran una prolongación del hogar, donde la gente estaba y no sólo pasaba. Donde uno sentía el suelo como si fuera el de su casa. 

Veo a mujeres actuando como mujeres, a hombres actuando como hombres y a niños siendo niños. Veo construcciones más pensadas para las personas y menos para el ganado. Plazas bonitas, cuando todavía se buscaba la belleza en el urbanismo. Veo el recuerdo de una civilización que ha sido grandiosa, abierta al Mediterráneo y rodeada de montañas. Veo bigotes, barbas, sombreros, gorras, trajes y abrigos de paño. También veo algunas iglesias ardiendo, pero la civilización siempre ha tenido enemigos y eso es bueno, la mantiene siempre alerta y le ensancha el corazón, que con el fuego se curte y se hace más fuerte.

Y lo que veo en esas fotografías tengo la suerte de verlo reflejado también en el pensar, vestir y hablar de los mayores de mi familia, incluso en los no tan mayores. A veces creo que me he equivocado de época, que cualquier tiempo que no sea este habría sido mejor. Igual que mi cuerpo desde los veinticinco ya va cuesta abajo, mi ciudad desde hace algunos años, quizá veinte, también. Y a veces tengo la tentación de pensar que nací en un cuerpo equivocado, de un hombre demasiado actual, pero lucho por apartar esa fatal idea de mi cabeza. 

Mi época es esta, no otra. Y siendo buena la nostalgia, porque nos mantiene vivos, esperanzados, con memoria y agradecidos, toca vivir aquí y ahora la realidad que se nos ha regalado. Por mi parte, quiero ser, como las piedras de esas iglesias destruidas, evidencia y recuerdo perenne para nuestros hijos y nuestros nietos de que, en otro tiempo, existió una iglesia con su campanario, construidos por un pueblo henchido de fe y amor a Dios. Ese es el ideal al que debemos aspirar.

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