La lucha política de Trump es la lucha política del siglo. En 1961, Eisenhower alertó sobre el «complejo militar industrial», JFK fue asesinado y Nixon espiado por el Estado Mayor. Trump lo ha tenido todo en contra y ahora se enfrenta a una persecución judicial. Sus enemigos están más allá y más acá de la izquierda, los medios, el globalismo, la burocracia de Washington o el Estado Profundo. Es todo eso y algo más, mucho mayor: el establecimiento globalista y los núcleos de poder imperial e intervencionista de Estados Unidos. Trump ha calificado a esas élites de corruptas, además de fieramente imbéciles, por eso no dudó con Tucker Carlson en elogiar a Xi Jinping, Putin o Kim Jong-Un. «Top of the line people at the top of their game».
Trump ya no es un líder político sino un líder moral y por eso cada vez sonará más loco, será considerado más incómodo. Le tomará por loco también la derecha RINO y post-RINO, los nevertrumpers de siempre y los nuevos que vayan firmando la paz (arreglos intra élites) con el complejo militar y globalista.
Pero el discurso de Trump, que hasta Tucker escucha con una sonrisilla condescendiente, adquiere otra importancia. A medida que la Humanidad se establece como sujeto, se difumina lo humano y se olvida uno de sus grandes riesgos: el poder destructor de la tecnología armamentística.
Al advertirnos, Trump habla como un visionario seinfeldiano, como un profeta salido del pressing catch: el mundo podría ser destruido en cuestión de minutos, «ya me lo decía uncle John». Habla como un líder pacifista de los que ya no hay por haber vencido en el mundo el dinero y su culto mammónico (vimos que según los simbolistas, en la escala cromática de Trump, negro, blanco, rojo y oro, estaba la ascensión espiritual) y alerta sobre un poder destructor apocalíptico en manos de una élite corrupta. Tecnología y fin de la democracia, los temas de nuestro tiempo, más aun ante el riesgo de una tercera guerra mundial. Trump condena la invasión de Putin, pero no miente al americano. Lo que sucede en Ucrania es también responsabilidad de Estados Unidos y el Nord Stream, por supuesto, no lo voló Rusia. Al decir estas cosas, tabú trasatlántico, Trump se convierte en una voz única en Occidente, en el gran disidente que se atreve a hablar de paz.
La perspectiva aislacionista de Trump ha tenido siempre un interés local, electoral, y hasta de clase. Son los humildes quienes sufren las consecuencias humanas y económicas de las guerras que benefician, en colosal negocio, a una élite reducidísima. Y si esto lo dicen allí, ¿por qué no lo podemos decir aquí los siervos periféricos? La milonga de extender la democracia ni como chiste sirve; mientras el imperio la exporta al planeta, la corrompe en casa.
La lucha no es Trump contra DeSantis ni Trump contra Biden, sino Trump contra los poderes informales del complejo industrial militar y la élite globalista corruptísima. El enemigo, ha explicado, no es China ni Rusia, está dentro. Dentro de Estados Unidos, del Imperio… aquí. Trump ya no es un disruptor político, sino un líder moral y resulta imposible entender el mundo sin su verdad incómoda sobre Ucrania.