«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Tú a Chueca y Yo(landa) a Budapest

1 de julio de 2025

Ya siento tener que volver a tocar el asunto del Orgullo gay. Espero que la cosa no acabe convirtiéndose en columna recurrente de la temporada, como las que se escriben contra el «mangacortismo» o el verano. Estar en contra del verano, por cierto, es como estar en contra de la ley de la gravedad; algo propio de brasas pringosos que no han vivido romances fugaces con banda sonora de Sonia y Selena.

Lo típico de este momento, digo, son las listas con las personalidades gais más influyentes del año, como si el hecho de tomar por el norte o por el sur fuera más o menos determinante a la hora de desempeñar un puesto directivo o creativo; como si tuviera relevancia que quien te contrata funcione a vela o a vapor. Parece ser, sin embargo, que esto es lo que toca en lo que suele entenderse como «sociedad abierta»: la importancia de la atomización en comunidades, lobbies, tribus, logias, hermandades y clanes. El colectivo gay, la comunidad negra, la marroquí, la hebrea y lo que te rondaré. Cada una con sus particularidades, lamentos y necesidad de visibilización, representan los nuevos cuerpos intermedios. España venía librándose de esto (¡bendito atraso secular!), pero ya estamos metidos en ese ajo. 

Quizá la novedad que nos aporte la semana del Orgullo este año es que el periodismo «liberal-conservador» ha descubierto lo que es salir por Chueca y lo poco que vale el kilo de macho en determinados bares. Cerca de la plaza de Pedro Zerolo (pobre Vázquez de Mella), que le palpen a un tío las cachas y le propongan cosas mientras suena Holding out for a hero no es un fenómeno extraordinario. Incluso los que odian el verano podrían pillar por ahí sin mucha dificultad. Quien avisa no es traidor. 

Lo que desde luego no es inusual, más bien todo lo contrario, es la tradicional cabalgata-desfile del Orgullo gay. Dicen que celebran el amor. Pero lo que parece celebrarse es el déficit calórico, el ciclo veraniego de clembuterol y la dieta hiperproteica. Eso sí, con boa y purpurina. No sé muy bien qué hacía Yolanda Díaz en Budapest entre tanto cuerpo normativo, seguramente gordófobo y poco visibilizador de otras luchas, pero para allá que se fue. La llamada del lobby es poderosa. Sobre todo en Hungría, cuyo presidente no pasa con facilidad por ciertos aros mundialistas. 

La prensa de la derecha búmer estaba que no cabía en sí de gozo: ¡treinta y cinco mil personas en Budapest celebrando el amor, los oblicuos y el recto abdominal! Un triunfo de la democracia. Luego la cifra pasó a cien mil. Andaba por ahí el eurodiputado francés Raphaël Glucksmann —epítome filiforme del liberal-libertarismo y de la burguesía bohemia, experto en revoluciones de color— buscando erosionar un poquito el poder democráticamente elegido en Hungría. Para tal menester le acompañaban varios políticos de la UE, a la que ya sabemos lo que le importa el resultado de las urnas cuando no coincide con sus deseos.

El gobierno de Viktor Orban restringió el pasado marzo las marchas del Orgullo para proteger a los niños. Parece un deber moral impedir la corrupción de menores, desde luego. Sin embargo, Budapest sigue el itinerario clásico ya visto en Berlín, París o Hamburgo, donde las clases obreras y medias son expulsadas de esos paraísos de especulación inmobiliaria y el núcleo duro del electorado de las capitales queda conformado por el encuentro sociológico de mujeres progresistas y homosexuales. Así pues, el alcalde multicultural, verde y europeísta, Gergely Karácsony (Diálogo por Hungría), desafió la prohibición y aquello se llenó de eurodiputados, políticos internacionales y activistas que, a gastos pagados (por nosotros) les dijeron a los húngaros que votan mal.

Lo de la izquierda con la homosexualidad ya lo conocemos. Pasaron de considerarlo decadencia burguesa a ponerse al servicio de la causa a partir de los años 70. Pero las preocupaciones de los progresistas son siempre cosméticas; si ahora quieren las alegrías del matrimonio para Manolo y Roberto, es por la subvención.

La lgtbisexualidad se une, pues, al resto de jinetes del Apocalipsis del mundialismo (feminismo, antirracismo sistémico e inmigración) y, sorpresa, la derecha está encantada de abrazar la cosa. Estos días, los medios «conservadores», Ayuso y Feijoo, eran indistinguibles en sus colorines y hashtags de Nationale Nederlanden, Hewlett-Packard o de Zapatero. 

Ya les digo que estábamos mejor cuando todo a lo que aspiraba uno al comienzo del verano era a lucir su piel morena sobre la arena. Y lo que surgiera.

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