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La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Txapoteando

3 de abril de 2021

Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez, José Luis López de Lacalle, José Ignacio Iruretagoyena, Fernando Múgica Herzog, Fernando Buesa y Jorge Díez Elorza. Todos estos nombres están unidos por un sangriento lazo homicida al terrorista etarra Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote, condenado a más de 450 años de penas de prisión por su implicación en tan nutrida lista de asesinatos realizados bajo la estructura etarra que, en su momento, contó con su criminal persona como jefe militar de la banda. Acreedor de un expediente que, con mayor o menor implicación, incluye más de medio centenar de asesinatos, Txapote será trasladado desde la prisión de Huelva a la de Estremera, centro penitenciario que durante un tiempo acogió a los políticos golpistas catalanes, es decir, a un conjunto de cargos públicos que trataron de lograr, por otras vías, lo mismo que Txapote: la mutilación y posterior expropiación de parte del territorio nacional.

Unidas Podemos niega la condición nacional a España en aras de la construcción de una república plurinacional entregada a las oligarquías locales y a sus subvencionados cachorros aldeanamente globalistas

Inserto en una estrategia de acercamiento de presos etarras hacia las tierras en las que fueron fanatizados, García Gaztelu forma parte de la más reciente remesa que, con periodicidad semanal, anuncia Instituciones Penitenciarias amparada por el Ministerio del Interior que dirige Fernando Grande-Marlaska, a quien el juez de lo Contencioso-administrativo de la Audiencia Nacional, Celestino Salgado, ha condenado a restituir al Coronel Diego Pérez de los Cobos pero, sobre todo, a cargar con una frase -«el motivo de la decisión discrecional de cese era ilegal, en tanto que el cese estuvo motivado por cumplir con la ley y el expreso mandato judicial»- que debiera servir para que don Fernando, o bien dejara su cargo o fuera cesado. Nada hace presagiar, sin embargo, un final tan abrupto como justificado de la carrera de un ministro que ha emponzoñado hasta extremos indecibles su pasado como juez. Grande-Marlaska no caerá, pues son muchos y muy poderosos los intereses que están en juego. Principalmente la supervivencia de un Gobierno de coalición compuesto por un PSOE sanchizado que poco tiene que ver con aquel en el que militaran Buesa y Múgica, y un Unidas Podemos que niega la condición nacional a España en aras de la construcción de una república plurinacional entregada a las oligarquías locales y a sus subvencionados cachorros aldeanamente globalistas.

Nadie más que el actual Gobierno, sostenido por una disolvente sopa de letras política, es responsable del semanal procesionar de etarras. Sin embargo, esa imagen que cuidadosamente se nos oculta, es asumida con naturalidad por gran parte de nuestros compatriotas, circunstancia que ofrece materia para la reflexión y para la extracción de desagradables conclusiones que nos conducen, entre otros lugares de nuestra historia reciente, a los días posteriores al asesinato de Miguel Ángel Blanco. Acompañado por la exhibición de millones de manos blancas, aquel terrible duelo nacional mostró hasta qué punto los españoles vivían dentro de una atmósfera mucho más eticista que política. No más crímenes, pedían quienes abarrotaron las calles, sin percibir la profunda y verdadera naturaleza de aquellos asesinatos de españoles, cometidos con un nítido fin político: la secesión de una región española.

Creemos no equivocarnos si afirmamos que ese mismo eticismo es el que paraliza a gran parte de nuestros compatriotas cuando leen los nombres y apodos de quienes son acercados cada semana a la llamada Euskal Herria o sus aledaños. Desplazamientos para los que, en ocasiones, se aducen motivos familiares y de salud, razones que ni siquiera son necesarias para quienes han asumido las pretendidas virtudes taumatúrgicas atribuidas al diálogo durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, capaz de hacer pasar por pacifista a ese Otegui, ídolo de lazis, al que hoy arropan las centrales sindicales verticales.

Con las armas convertidas en innecesarias, dadas las constantes concesiones hechas al PNV y al mundo que cambió la cruz por el hacha y la serpiente, Fernando Grande-Marlaska ha llegado más lejos de lo que en su día lo hizo -«el vuelo de las togas de los fiscales no eludirá el contacto con el polvo del camino»- Cándido Conde Pumpido. Con la toga arrumbada junto a su gastado prestigio, el ministro ha decidido txapotear en las aguas más pútridas y sanguinolentas de nuestra amenazada patria. 

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