Ya sabemos desde los tiempos de Esquilo que «la verdad es la primera víctima de la guerra». Los bandos combatientes no descansan en sus intentos de presentarse a sí mismos como las víctimas, los héroes y los vencedores mientras proyectan la imagen de sus enemigos como los malvados y perdedores.
Pero como esto es bien sabido para cualquiera que conozca la historia de las guerras, resulta patético el nivel de ingenuidad mostrado por muchos intelectuales de pro y analistas reputados en lo tocante a la guerra de Ucrania. No es que hayan pasado de dar por derrotado a Zelenski en cuestión de horas a haber enterrado una y otra vez a un Putin que sigue vivito y coleando; no es que hayan anunciado un día sí y otro también que Rusia se había quedado sin stock de munición, misiles y sistemas ofensivos, cuando la realidad era que los miembros de la OTAN se estaban quedando sin reservas ellos mismos. Todo eso se puede disculpar.
Lo que resulta irrisorio es contemplar cómo todo aquellos pro-rusos, declarados o de tapadillo, corren a hacer viral una valoración de las bajas ucranianas, mucho más altas de lo que se suele contar, atribuyéndosela al Mossad. Aunque en realidad la fuente fuese un tuit de un tal Russian Market publicado el pasado domingo que, a su vez, se basaba en un artículo publicado a finales de enero en un supuesto medio turco llamado Hurseda Haber, en realidad una página web dedicada a la desinformación. Tal vez la culpa la haya tenido Elon Musk, quien se hizo eco del tuit escandalizándose por la tragedia humana que suponía, aunque horas después, se retractase e hiciera investigar la fuente negándole toda credibilidad. Con todo, en España siguió circulando como la pólvora.
Y es una pena, porque la realidad es que no hace falta recurrir a la mentira para defender que Ucrania no está ganando la guerra y que Rusia no la está perdiendo. En el campo de batalla, las líneas de frente a penas se han movido en estas últimas semanas a pesar de la ofensiva del Ejército de Kiev. La densidad de tropas rusas y las inclemencias del tiempo se lo han impedido. Aún peor, como el propio Zelenski avisó, las bajas del lado ucraniano se están volviendo «insostenibles». Ha habido día que han llegado a las 300. La ofensiva ucraniana no ha detenido la reconstitución de las unidades rusas, que se han visto reforzadas con buena parte de los soldados movilizados en los últimos meses. Se estima que un cuarto de millón de soldados se estaría desplegando en el este de Ucrania. Y se teme que no con propósitos defensivos, sino para lanzar una nueva ofensiva que capitalice la campaña de destrucción que Rusia ha estado llevando a cabo con misiles, vehículos no tripulados iraníes, y su artillería de medio y largo alcance. Hay quien piensa, como hace el coronel Richard Kemp, antiguo comandante de las tropas británicas en Afganistán, que el Kremlin se está preparando para despedazar a Ucrania y que toda la ayuda que se está prometiendo en estas semanas y que no llegará hasta finales de primavera no podrá impedirlo.
Eso es una parte de lo que está ocurriendo sobre el terreno, el nivel operacional. Pero en el plano diplomático, por mucho que todo el mundo quiera hacerse una foto con Zelenski, en Estados Unidos los republicanos ya expresan su malestar sobre el monto de la ayuda militar que la Administración de Biden destina a Ucrania, se ponen abiertamente en duda los motivos del presidente y se amenaza con no aprobar un dólar más en apoyo a Kiev. Paralelamente, los stocks de munición de los países OTAN no dejan de reducirse por lo que pronto se llegará a un punto en el que para armar a Ucrania se tenga que desarmar a los aliados. O incrementar notablemente los presupuestos de adquisición de nuevo material, que no parece ser el caso. La lista de sistemas que empiezan a escasear crece con cada día de guerra. Porque es lo que tienen los conflictos, que queman millones y toneladas de munición y equipamiento por minuto.
Por último está la fatiga del ciudadano medio que nunca entendió del todo las razones de este conflicto y mucho menos la estrategia de nuestro apoyo a Kiev. Pero que sí sabe en su propio bolsillo de la consecuencias. Porque todos los gobiernos culpan a la guerra en Ucrania de la galopante inflación y de muchas otras cosas con tal de quitarse de encima su responsabilidad. Según un estudio del PEW research de la semana pasada, algo más de un cuarto de los norteamericanos están decididamente en contra de seguir enviando ayuda bélica y financiera a Ucrania. Y asumo que los números serán más o menos los mismos, si no mayores, por estos lares.
Yo siempre lo he dicho. Por mucho o poco que nos guste, cuando un conflicto no lo puede ganar ninguno de los contendientes implicados, la única salida posible es la negociación y el compromiso. Y todo lo que lo vuelva más difícil, lejos de contribuir a la paz, sólo prolonga el horror, la destrucción y el sufrimiento.
Esta misma semana, el afamado periodista de investigación americano Seymour Hersh publicó un largo artículo en el que explica cómo fueron buceadores de combate de la US Navy quienes, según sus pesquisas, habrían hecho explotar una sección del gaseoducto Nord Stream II. Su tesis, por más que la hayan desmentido ya los supuestos implicados, incluyendo la Casa Blanca, Noruega y Suecia, cuadra perfectamente con la lógica policial de «a quién favorece el crimen». Lo que pasa es que la guerra vive de una lógica distinta a la policial y a la de tiempos de paz.
Pero, de momento, de lo que sí podemos estar seguros es que esta guerra se ha cargado la verdad, que todos mienten en defensa de sus intereses y que tanto expertos como periodistas y ciudadanos deberíamos ser un poquito más prudentes antes de sacar conclusiones de las que tengamos que arrepentirnos. Claro, que la prudencia en el juicio es otra de las víctimas de las guerras.