Al borde de la muerte, JosĂ© Manuel Rebolledo, un galguero toledano, tuvo un Ășltimo estremecimiento. Con el postrero suspiro, Rebolledo se incorporĂł, puso la mano izquierda en el hombro de su hijo JeremĂas y le susurrĂł: âComo sea verdad lo de la reencarnaciĂłn estoyâŠâ.
Rebolledo no dijo mĂĄs. Sus ojos se quedaron fijos y cayĂł despacio sobre la cama. Su hijo le recolocĂł las manos sobre el pecho, suspirĂł y saliĂł de la habitaciĂłn. Afuera, al fondo del pasillo, JeremĂas Rebolledo vio la figura de don Venancio que se acercaba a pasitos cortos y gastados. A media voz, Rebolledo hijo extendiĂł las manos y dijo: âNo corra, que ya ha muertoâ. El cura preguntĂł, sofocado: âÂżHa sido ahora mismo?â. JeremĂas Rebolledo asintiĂł con la cabeza. El cura apretĂł el paso: âHombre, hombre⊠Pues hay que darse prisaâ.
El sacerdote entrĂł en la habitaciĂłn, se inclinĂł sobre el cuerpo de JosĂ© Manuel Rebolledo, le susurrĂł algo en el oĂdo, sacĂł una carterita de cuero con unos aceites, mojĂł el dedo pulgar en el Ăłleo e hizo la señal de la cruz en la frente del muerto. Luego, el cura se volviĂł hacia JeremĂas Rebolledo: âÂżHa dicho algo antes de morir? ÂżAlgo piadoso?â. JeremĂas torciĂł la boca: âHa dicho que como sea verdad lo de la reencarnaciĂłn, que estabaâŠâ. El cura abriĂł mucho los ojos: âÂżQue estaba quĂ©?â. JeremĂas Rebolledo rebotĂł los hombros: âQue estaba… No ha dicho mĂĄsâ. El sacerdote se volviĂł hacia el difunto: âÂĄMadre de Dios, Madre de DiosâŠ! Va a haber que decir muchas misas por este hombreâ.
Casi dos años despuĂ©s, JeremĂas Rebolledo saliĂł de la casa, se acercĂł a la perrera, sacĂł al Pitu, un galgo de 22 meses, se lo llevĂł a un encinar cercano, pasĂł un cable por el cuello de aquel perro que no cazaba bien, lo atĂł al tronco, pasĂł el cable por una rama alta y levanto al galgo en el aire como le habĂa enseñado su padre. DespuĂ©s, JeremĂas Rebolledo se volviĂł y mientras se alejaba de allĂ, creyĂł oĂr al perro decir: â⊠jodidoâ.
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