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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El último barómetro del CIS

7 de noviembre de 2013
El último barómetro del CIS, realizado en los primeros días de octubre pasado, refleja leves variaciones en las respuestas de los encuestados, que numéricamente se reflejan a lo sumo en dos puntos porcentuales, pero que en la mayoría de los casos alcanzan sólo a unas décimas. Como se sabe, al partir de una suposición hipotética –si las elecciones fueran hoy–, este tipo de sondeos está sometido a los últimos impactos emocionales, igual que ocurriría en unas elecciones reales: no hay más que recordar las del 14 de marzo de 2004. Esto quiere decir que su valor predictivo indica las tendencias, pero no los resultados, y las tendencias se mantienen sustancialmente a lo largo de los últimos meses: ganaría el Partido Popular perdiendo la mayoría absoluta, detrás quedaría el PSOE, seguido de Izquierda Unida y UPyD. Eso, de momento, es todo lo que cabe deducir por ahora.
 
Merece, pues, un comentario algo más detenido el dato de que, de forma persistente, el CIS nos presenta la probabilidad de un futuro Congreso de los Diputados en el que cualquier mayoría requeriría de alianzas bastante complejas, puesto que las afinidades ideológicas no bastan para asegurar un Gobierno estable y se requerirían pactos políticamente contra natura, dictados por conveniencias que sólo casualmente coincidirían con el interés general.
 
Es casi un lugar común decir que el constituyente quiso establecer un sistema que favoreciera la necesidad de llegar a pactos parlamentarios, con objeto de conjurar el riesgo de mayorías absolutas que inclinasen a los ganadores a lo que podríamos llamar el despotismo democrático, o dictadura de la mayoría. Efectivamente, bastante hubo de esto cuando se debatieron la norma máxima y la Ley electoral. Pero sería un error deducir de ahí que las actuales previsiones del CIS no deben alarmar a nadie pues, al fin y al cabo, el mapa parlamentario que se prefigura responde a la voluntad del constituyente. Sería un error creer eso porque la situación política presente no es la de entonces. En los primeros años de vigencia de la Constitución ni existían ni se preveían las tensiones separatistas que hoy afligen al país. Entonces no se consideraba una anomalía que tanto el PSOE como UCD primero, y PP después, se apoyasen en los nacionalistas catalanes. El precio de sus acuerdos parlamentarios podía resultar irritante para algunos o para muchos, pero no se consideraba un peligro para la integridad territorial de España, como ocurre hoy. Quizás la complacencia tácita de los socialistas y la pasividad de los populares hacia los separatismos, junto al hedor de la corrupción generalizada, expliquen la imparable caída de los dos mayores partidos.

 
 
 

 

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