Rebolledo se moría. Desde hacía una semana, cada amanecer era para él una sorpresa. Aquella mañana, Rebolledo abrió los ojos y buscó a Frida, su compañera de vida –como le gustaba llamarla-. Ella, amorosa, se colocó junto a él y mojó un trozo de tela en una vaso de agua para refrescarle los labios agrietados. Él gimió. Ella le miró y sonrió. “¿Qué quieres, pichón?”. Rebolledo trago saliva. “Quiero, atjum, eh, quiero que llames a…”.El timbre de la puerta no le dejó acabar. Frida susurró: “Ahora mismo vengo” y salió de la habitación. Rebolledo, exhausto, escuchó voces, esperó y al fin volvió ella: “Son las compañeras y los compañeros de la Comisión de Laicidad de la iglesia de base, que han venido a despedirse”. Rebolledo miró hacia el techo, suspiró, extendió la palma de la mano y musitó: “Que entren”. Cinco cristianas y cristianos de base entraron en la habitación y se colocaron en torno a la cama sonriendo con expresión lastimera. “¿Cómo estás, compañero? ¿Cómo va ese ánimo? Regularcillo, ¿no? A lo mejor te anima saber que ha tenido mucho eco la carta que escribiste sobre la escandalosa beatificación sectaria de ayer en Tarragona. Nos la ha sacado El Mundo. No veas qué bien. Bueno, es que estaba muy bien. Eso de decir que la beatificación masiva de estos supuestos mártires ‘atenta contra la dignidad de todos aquellos que lucharon contra el fascismo’, era una frase redonda”.
Leocracia, una de las cristianas de base, miró a Rebolledo y sonrió de costado: “Hubiera estado mejor si hubieras puesto ‘la dignidad de todas y todos los que lucharon contra el fascismo…’ pero bueno, ejem, nada, oye, la próxima vez”.
Belisario, otro de los cinco, dio unos golpecitos con la mano en el colchón sin llegar a rozar a Rebolledo. “Y te queríamos decir que hoy hemos aprobado en asamblea que a la comisión de derechos reproductivos y sexuales le vamos a poner tu nombre”.
Rebolledo sonrió forzado y Frida extendió los brazos. “Ahora tiene que descansar”. Mientras todos salían, una lágrima se escurrió del ojo derecho de Rebolledo, resbaló por la mejilla agrietada y cayó sobre la almohada de donde la recogió Frida antes de que se secara.
“¿Qué tal?” –susurró ella. Rebolledo hizo una mueca y dijo: “Quiero que llames a un sacerdote”. Ella se puso seria “¿A Belisario? Si se acaba de marchar…”. Él movió la cabeza de lado a lado y dijo: “No, no. Frida, por favor… A uno de verdad. Quiero, eh, querría confesarme”.