Muchos habrán acabado el año olvidando sus últimas horas y habrán comenzdo éste con un insufrible dolor de cabeza. Por eso el día 1 los vómitos proliferan en las calles de nuestras ciudades.
A falta de celebraciones con algún sentido, muchos se entregan a una euforia desmedida otorgando una importancia desproporcionada al cambio de año. Ponen sus esperanzas en el año que empieza y, abandonan sus miedos y fracasos en el anterior, como si no fueran a perseguirlos.
Me contaba el otro día un amigo empresario que, cuando se acercan estas fechas, sus socios pretenden grandes desembolsos de dinero para dar un nuevo impulso a la empresa y aumentar la plantilla, mientras él trata de hacerles entender que el día 1 la empresa sigue en el mismo lugar que el 31, y que los cambios conviene hacerlos poco a poco y orgánicamente. Si uno va a saco, ya sabemos lo que rompe la avaricia.
Es como si ese día la gente perdiera la noción de la realidad, poniendo en riesgo la empresa con decisiones irresponsables o malmetiendo los bolsillos con inmorales cantidades de dinero invertidos en una fiesta cochambrosa que incluye un cotillón del chino.
Otros tantos empezarán el año con una ristra de propósitos, casi todos imposibles de cumplir, porque no tienen en cuenta lo más esencial, que es la propia limitación e, ignorantes de las debilidades y fiándolo todo a la más inútil voluntad, se convencen un año más de que, ese sí, por fin conseguirán amar mejor a su esposa (en el mejor de los casos) o ir al gimnasio todos los días (en el peor).
Y un año más descubrirán que, si bien la voluntad es importante, es muy poca cosa al lado de la Gracia. Y eso es lo que hay que hacer: abandonarse a la Gracia del Señor para amar mejor a nuestra esposa y realizar mejor el trabajo que nos ha sido encomendado.
De eso va la vida y el nuevo año que comienza: de pretender tenerlo todo bajo control, fiarlo a la voluntad e ir de frustración en frustración hasta el fracaso final o de abandonarse a la Gracia del Señor poniendo, por supuesto, todo de nuestra parte.
De ese modo, quizá el próximo año recordemos las últimas horas del anterior, no nos levantemos con resaca ni hagamos imprudencias en nuestros negocios o el tonto gastando una fortuna en cuatro copas y un triste cotillón. Y quizá así consigamos cumplir alguno de los muchos propósitos con los que cada año nos flagelamos.