Les supongo al tanto de la violación y asesinato de Philippine, una joven francesa de 19 años, presuntamente a manos de un marroquí de veintidós. Imagino que están enterados a pesar de la mínima cobertura que ha tenido el caso por parte de nuestra prensa seria, responsable e institucional. La misma que dedicó un artículo a contarnos que unos menas habían recogido su ejemplar de la Constitución en el Congreso. Ésa que hoy mismo nos sale con que los austríacos votan mal, y ciertas zonas de Alemania ni les cuento (solo es buena la excepción ibérica: quedar atrapado en el blues del PPSOE). Aquella que entrecomilla, entre la suficiencia y la mofa, el sintagma «globalismo liberal» para hablar de las fobias de algunos votantes o grupos políticos europeos. Como si el orden del mundo surgido en 1945 (¿liberal?) no fuera internacionalista, como mínimo, por su sumisión al imperio y su menosprecio a la nación. Del poco respeto a la voluntad popular expresada en las urnas, hablamos en otra ocasión.
De esta manera, mientras unos despachan rápido el escándalo de Estado —así califican el asesinato de la joven francesa algunos medios allende los Pirineos—, otros prefieren dedicarse a encontrar un ancestro común entre Hitler y Hebert Kickl, líder del FPÖ. Sospechosamente, el catolicismo we are the world está oportunamente callado, quizá esperando tachar de oportunista al resto o quizá preparándose para contarnos de nuevo que nuestros abuelos también fueron «migrantes», incluso cuando abandonaron el pueblo y se instalaron en la ciudad. Traían la maleta de cartón y la gallina, pero les faltaba el chándal de marca y el móvil de última generación.
El presunto asesino de Philippine, llegado desde Marruecos vía España, violó a una mujer siendo menor de edad. Fue condenado a siete años de cárcel, pero salió de prisión el pasado 20 de junio tras haber cumplido cinco. Puesto que pesaba sobre él una orden de expulsión del país (OQTF) fue trasladado a un centro de retención administrativa a la espera de que Marruecos autorizara su devolución. Han leído bien. El país alauita debe admitir el requerimiento francés y, en este caso, lo hizo fuera de plazo (según informes recientes, países como Marruecos o Argelia solo suelen aceptar la mitad de las solicitudes). El juez dejó al sujeto en libertad el 3 de septiembre con la condición de que se presentara ante las autoridades cuando se le instara. Caballero, caballero, persónese de vez en cuando en comisaría si no tiene inconveniente. El 21 del mismo mes, el cadáver de Philippine era encontrado en el parque de Boulogne, cercano a la Universidad de Paris-Dauphine en la que estudiaba la joven.
No sé si todos somos migrantes, pero todos podemos ser víctimas. Esta vez —sin que ello, huelga decirlo, haga la más mínima diferencia con otros casos similares— ha sido golpeada la pequeña burguesía del oeste parisino, poco ostentosa pero vestigio de la llamada «Francia eterna», tradicionalmente país de agricultores, artesanos y modestos propietarios.
Desde Agrupación Nacional se exige cordura: «Un extranjero sometido a un OQTF debe ir de la cárcel al avión, sin ser liberado».
El crimen ha sido calificado de abominable por distintas fuerzas políticas. Sin sorpresa, agrupaciones de izquierda han boicoteado algunos actos de homenaje a la joven y Macron ha declarado que hay que trabajar para proteger cada día mejor a los franceses. El presidente de la República parece obviar que Philippine ha sido víctima, no sólo de su política migratoria, sino de la ineficacia o impotencia de la Administración, fruto del laxismo y del llamado «derechohumanismo».
Mas allá de nuestras fronteras llevan años soportando la matraca buenista que alguna vez les vendió la inmigración como «una suerte para Francia». Escucharon, mucho antes que nosotros, loas a ese fenómeno al que tanto cariño tiene, como instrumento de dumping salarial y transformación de civilizaciones, el globalismo liberal.