El viaje del joven Peter Kemp hacia la guerra recuerda al del Jünger de Tempestades de Acero. Un doctor en lenguas clásicas por Cambridge, con simpatías por la causa de España, país con el que no tenía relación alguna, se alista en el frente nacional. Conocidas son las Brigadas Internacionales, pero pocos los extranjeros en el otro bando.
Sus experiencias e impresiones están recogidas en el libro Legionario en España. Kemp llega como periodista, y en cuanto puede ingresa, por afinidad, en los requetés. Pasado un tiempo, desea conocer el arte de la guerra y busca la Legión.
«Desde el mismo momento de su alistamiento, se hacía comprender al recluta que pertenecía a un cuerpo distinto, la mejor fuerza combatiente del mundo; a él correspondía demostrar ser digno de semejante privilegio. El combate había de ser el propósito de su vida; la muerte en campana, su mayor honor; la cobardía, la suprema desgracia. La divisa de la Legión es: «¡Viva la muerte!» Fácil es para naciones más flemáticas burlarse de ese «culto a la muerte», que está completamente de acuerdo con el carácter español y produjo los mejores soldados de la guerra civil, hombres virtualmente insensibles al frío y al hambre, al peligro y la fatiga. Como inglés, solo puedo decir que el orgullo de servir en ese cuerpo y mandar tales soldados fue una de las mayores experiencias de mi vida»
Kemp, que lucha en el frente, comanda una sección y se juega la vida, habla muy bien del valor español, también en las tropas republicanas. Se queja de los oficiales del bando comunista, que en alguna ocasión mandaron a sus hombres al matadero. Considera que la valía de los oficiales nacionales fue determinante en la guerra.
En su presencia, los prisioneros recibieron un trato correcto, con la excepción de las Brigadas Internacionales. Con ellos no había piedad. Él llega a protestar y un mando se lo explica: de no ser por ellos, la guerra entre españoles habría terminado mucho antes.
En Legionario en España, Kemp describe a los británicos que va encontrando en la guerra, a un alemán, a un ruso blanco, a la católica y etílica Brigada Irlandesa… una colección de heterodoxos; por su estrecho contacto con los periodistas extranjeros explica el desigual trato informativo. No solo había una propaganda comunista mundial, el bando nacional recelaba de los periodistas, quizás por la sospecha de espionaje. Los nacionales brillaban en lo militar y organizativo, pero en los servicios de prensa ganaban los republicanos.
El libro es un relato de hechos heroicos, de admirables actos de coraje y sacrificio. ¿Por qué se olvida la virtud de la guerra? Se intuyen los valores espirituales y militares de los vencedores y aunque Kemp no muestre una mirada etnográfica, no puede evitar observar cómo los dos bandos se juegan a veces la vida por mantener posiciones peligrosas e inútiles, con una tozudez vernácula.
En el libro hace constar la generosidad de los españoles, especialmente en el campo aragonés. En ocasiones, la generosidad alcanza la abnegación. Herido de gravedad, fue ingresado en un hospital de Zaragoza:
«El hospital se llenó de pronto con los heridos que llegaban del Ebro. Un joven oficial navarro de los requetés, con una pierna destrozada, fue aposentado en mi habitación. Sufría horriblemente, y su cara era verde bajo el sudor. Contrariamente a mí, jamás se quejaba de su herida, y se manifestó encantado de compartir una habitación con un inglés llegado para combatir por la causa de España. Cierto día, al despertar de un período de inconsciencia, vi que había desaparecido. Eileen O’Brian me explicó la razón: el hospital estaba atestado, debido a los numerosos ingresos, y uno de nosotros dos debía ser trasladado a otro más lejano. Estaba inconsciente cuando llegó la orden, pero el requeté afirmó que, puesto que yo era un voluntario inglés, tenía prioridad sobre él, y a pesar de que su estado no era mejor que el mío, insistió en ser trasladado. Profundamente emocionado, pedí a Eileen que procurara encontrarle y le diera las gracias en mi nombre, pero ella negó con la cabeza:
–No puedo. Murió durante el viaje».
Antes de regresar a su país, el General Franco, del que habla en tono de reconocimiento, le recibe en su cuartel general en Burgos. Con «una de las voces más suaves que jamás he oído» le expresa su gran admiración por Inglaterra, aunque duda, confiesa, que los ingleses comprendan del todo el alcance de la amenaza comunista.
Kemp regresó a su país, y allí le sorprendió la intensidad y vitalidad de la propaganda republicana. En Londres, la voz de los nacionales no era sino «un débil chirrido». En 1957, tras haber luchado en la Guerra Mundial, publicó su valioso testimonio español.