«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Un plano secuencia para las niñas

8 de abril de 2025

Contaba Ricardo Darín que su mujer y él andan discutiendo sobre la serie Adolescencia (Netflix). Él aplaude el largo plano secuencia, pero ella no se muestra impresionada. Es un recurso cinematográfico y cuando se abusa del recurso, ¿no se cae en un cierto manierismo?

El estilo de Adolescencia atrapa, es atractivo, pero tiene algo tramposo, como la serie en su conjunto. Es un estilo puesto al servicio de una intención.

«Documental», la llamó Keir Starmer, el primer ministro del Reino Unido. Es el efecto pretendido: una serie que con verismo estilístico se quiere convertir en verdad. Coge así un hecho real, lo trasforma con la licencias que permite la ficción y sale convertido en nueva «realidad social».

Solo que lo real era un poco distinto: el niño asesino tenía ciertos orígenes, tenía, digamos, otra circunstancia. Esto ya se ha dicho mucho. Es muy evidente el intento de convertir la violencia importada en un problema autóctono y la serie eleva esto a la categoría de arte. Lo hace de un modo espectacular, efectivo, persuasivo y por eso Starmer quiere emitirla en los institutos, hacerla serie de Estado, doctrina oficial, advertencia general.

Les resulta muy útil porque transforma un acto de violencia en violencia del hombre inglés, joven, incel y consumidor de Internet.

El esquema general  se ha visto en España. La nueva violencia sexual sobre la mujer se integra y diluye en las cifras generales y con ellas se pretende culpar al hombre español.

Pero aquí el rizo se riza un poco más y se focaliza en el joven influenciable por Internet, el Incel como figura clave en la que confluyen el machismo, la ultraderecha y las redes sociales. El incel como ser simbólico donde convergen todos los posibles radicalismos.

¿Queremos que niños angelicales, inteligentes y maravillosos como el de Adolescence, caigan en la oscuridad y acaben matando niñas?

No queremos eso. Entonces, tenemos que actuar. Pero los padres no pueden, no pueden solos ni con toda su buena voluntad, como demuestra el personaje de Stephen Graham, que llora impotente al sentir en sí mismo los límites de la masculinidad clásica bien intencionada… Las masculinidad heterosexual finalmente es tosca y además hay un misterio oscuro, cósmico, inevitable, una oscuridad indescifrable que ronda a cada niño (el papel de la pared de su cuarto infantil: el insondable espacio exterior). Un padre no puede. Será necesario algo más. Hemos de entrar en la intimidad de sus cuartos, en sus psiques delicadas, en el interior de sus primeras frustraciones masturbatorias…

Y aquí entra Starmer, el Starmer de turno. Celebra la serie y la utiliza para justificar su regulación de control de Internet.

Todo esto ya se criticado y es muy evidente. Adolescencia presenta otra segunda lectura, casi involuntaria, relacionada con el ambiente escolar. Aunque localiza al enemigo en la ultraderecha cibernética y machista (sin explicar del todo cómo), es difícil no ver en el ambiente del colegio algo más, no sentir que algo, algo que no tiene que ver con las malévolas redes, les ha salido mal.

El virus del internet ultra incide en una comunidad juvenil insubordinada, nerviosa, conflictiva, intratable. En los días en que la serie se estrenaba, escuché a un inglés, de paso por España, comentar casi emocionado la diferencia con su país, visible para él, entre otras cosas, en el trato entre niños y profesores. En España, decía, aun se percibe respeto y hasta cuidadoso amor. ¿Por qué allí ya no?

El episodio del colegio tiene algo involuntario. Insinúa. La radicalización del niño no la vemos, pero sí percibimos la atmósfera del colegio: la desunión horizontal, la quiebra vertical, el silencio opresivo, la lucha de sexos, el abismo generacional, el abuso sarcástico del blanco sobre el niño de color, luego abuso en todas direcciones, la impotencia de las psicólogas…

¿Tienen la culpa de eso Internet?

La crítica definitiva a la serie puede, sin embargo, que ni siquiera esté ahí. El asunto clave podría ser la inversión de la radicalización, que no sería masculina sino femenina.

Porque, en realidad, ¿se están radicalizando los niños? ¿Y si fuera al contrario? ¿Y si fueran las chicas o al menos los dos? Una enfermera inglesa, Amy Gallagher, recordó recientes estadísticas. «Son las niñas las que sufren un mayor impacto por las redes sociales; son las niñas las que adoptan opiniones políticas extremas y se radicalizan y son las niñas las que tienen altos índices de inestabilidad mental y emocional».

Las mujeres jóvenes en todo el mundo se escoran políticamente hacia la izquierda. Esto lo llaman brecha ideológica, pero siempre culpan a una de las ramas: «los hombres jóvenes se hacen ultras». ¿Y ellas?

Cuando un grupo social concreto (mujeres jóvenes) se orienta hacia un extremo (progresismo, woke y feminismo) ¿no se puede hablar de radicalización?

No solo es su extremismo. Las mujeres jóvenes ven aumentar sus problemas psicológicos. Además de los cambios e inseguridades culturales de tipo woke, hay nuevas debilidades asociadas a Internet. En Reino Unido, la depresión crece en las niñas en proporción directa a sus horas de consumo de Internet de un modo que no sucede en los chicos. Las propias redes sociales han reconocido internamente el daño psicológico en las niñas.

¿Quién, entonces, se está radicalizando realmente en las redes sociales? Si los datos mostraran que son las mujeres jóvenes, propensas a una ideología extremista y autolesiva, ¿habría que protegerlas de ciertos contenidos por su propio bien?

Esto es interesante porque no solo habría una mayor violencia sexual (importada) sobre la mujer, que el feminismo decidió ignorar, también una radicalización ideológica de las adolescentes acompañada de crecientes problemas psicológicos.

¿Se imaginan a un presidente de gobierno alertando sobre la necesidad de proteger a las niñas de la destructiva ideología progresista e interviniendo sus conductas en Internet con prohibición de redes sociales y sitios concretos?

Ni Orban. Pero si hemos de atender a los datos y las percepciones, esto se parecería más a la verdad que Adolescencia. ¿Quién le pone a esto un plano secuencia?

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