Se celebraba ayer el aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez, un crimen que se recuerda especialmente por lo que tuvo de frenazo a una posible alternativa real. La hermana de Ordóñez ha tenido relieve político también como víctima. Cabe preguntarse por qué algunas víctimas lo han tenido y otras no. ¿Han hablado las hermanas, viudas e hijas de los guardias civiles andaluces matados como perros? Sobre ellas se impuso un discurso en parte prefabricado.
Ordóñez no solo fue asesinado. Su tumba en el cementerio de Polloe fue profanada varias veces. Lo cuenta Jesús Longueira en su exhaustivo ETA, ni olvido ni perdón. No fue el único. También sufrió ataques la tumba de Fernando Buesa y diez años después de enterrar a su hijo, tras constantes profanaciones, los padres de Miguel Ángel Blanco decidieron en 2007 abrir la sepultura y trasladar los restos a la localidad natal de ambos, Faramontaos, en Orense, donde ahora descansan. Salieron de allí a trabajar y regresaron, décadas después, con el cadáver del hijo. Qué historia para la izquierda obrera…
No fue suficiente con la amenaza y el asesinato. Después llegó el silencio, el ataque al muerto y a su memoria. La tumba y el cadáver del enemigo son un tabú en todas las culturas, pero estábamos ante alimañas en guerra, enfermos de un odio inconmensurable. Es el único odio a tratar aquí: el odio a España.
¿Serían estos ataques a la tumba terrorismo menor o mayor? Bolaños, muñidor del golpe y ministrillo de los tres poderes, nos informó ayer de que la Ley de Amnistía, otra disposición sobre lo que recordar y olvidar, perdonará cierto tipo de terrorismo, uno que no atentaría gravemente contra los derechos humanos sino solo levemente. Es por tanto posible distinguir entre una inhumanidad leve y otra grave, algo que está, por otro lado, en la naturaleza del Régimen actual, que siempre mantuvo una actitud dual, estratégica y cínica ante el terrorismo. Hubo un terrorismo sanable, reconducible, susceptible de evolucionar, al que «solo le fallaban las formas», intrínsecamente salvable, y otro con el que no cabían transacciones ni negociaciones.
Cierta violencia era sólo un problema formal.
El régimen actual nace, crece, se desarrolla y muta a la sombra de una sombrilla de terrorismo, como los madrigales a media voz de la zarzuela, el sotto voce galante entre ETA y Madrid.
El régimen actual es etarra en su preparación, es etarra en su nacimiento, es etarra en su narrativa, es etarra en su morfología de Estado Autonómico, es etarra en la plurinacionalidad casi conseguida, es etarra intelectualmente en la segunda fase de gobiernos socialistas, y es etarra en la mutación federalista que deberá cupular (con u) la Monarquía Leticiesca. Por eso, no sorprende nada que la Ley que ha de habilitar la mutación reconozca ahora un terrorismo no bueno, ni leve, sino útil: sanable, convalidable, convertible, es decir, amnistiable.