Con motivo de las comidas y encuentros prenavideños, me sucedió que, en breve lapso de tiempo y en lugares distintos, varios personas me contaran su marcha de Cataluña. Ninguna lo hacía por problemas lingüísticos, dominaban el idioma, tampoco por presión política directa. Transmitían algo más profundo o más normal: simple cansancio, aburrimiento, o cierta hostilidad ambiental.
Pensé en ese otro éxodo del que se ha hablado aun menos que del vasco: el de los docentes catalanes a principios de los años 80. Antonio Robles lo cifró en catorce mil. Quién sabe. Seguro que fueron muchos.
Eso fue al principio, cuando el Manifiesto de los 2300 protestando por la exclusión del castellano. Entre ellos estaba Losantos, al que en represalia dieron un tiro en la pierna.
Pensaba en eso mientras me hablaban. ¿Cuánto tiempo lleva sucediendo? Bastaría una simple cronología, mirar un poco atrás.
Veamos: en 1979 se aprueba el Estatuto de autonomía; el manifiesto premonitorio se publica en 1981; en 1983, la Ley de Normalización Lingüística y la creación de la TV3; en 1984, se abre el caso Banca Catalana y ABC declara a Pujol «español del año»; en 1986, la Audiencia de Barcelona exculpa a Pujol y a Barcelona se le concede la Olimpiada de 1992. En 1990 (inicio del ciclo triunfante de Cruyff) se publica el Plan 2000 pujolista para la hegemonía nacionalista; en 1996, Aznar pacta en el Majestic y en 1998 evita recurrir la Ley de Política Lingüística.
En 2003, Zapatero promete apoyar la reforma del Estatuto que salga del Parlament, gobernado por la alianza del Tinell, firmada semanas después entre PSC, ERC e ICV-Esquerra Unida para aplicar un cinturón sanitario contra el PP. En 2004, justo antes del 11-M, llega el Pacto de Perpiñán: ETA no atentará en Cataluña y los separatistas catalanes apretarán el paso. El nuevo Estatuto llega en 2006 y en 2010 la sentencia del Tribunal Constitucional anula parte de su articulado. En 2011, se suele olvidar, el 15-M obliga a que Artur Mas entre en el Parlament en helicóptero; y en 2012 se inicia el Procés que muere en nuestros días con apogeo en 2017; en 2021 llegan los indultos y en 2023 se anuncia la Amnistía.
Solo hace falta echar la vista atrás. Normal es que la convivencia en Cataluña se viera afectada y que un paulatino extrañamiento separe a los españoles. Cuarenta años así han de tener consecuencias. Han sido cuatro acometidas, una por década, sistemáticas, planeadas, anunciadas: el despliegue excluyente de la autonomía en los 80, el Plan Pujol para la nacionalización en los 90, el Segundo Estatuto con aval de Zapatero y ETA iniciado el siglo y el Procés abiertamente soberanista en los 2010. Cuatro acometidas crecientes, cada una mayor que la anterior, y ahora empezaría la quinta. Los efectos están en la calle, en las vidas. Solo hace falta pararse a escuchar y, tan raro o más, pararse a hacer memoria.