«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

Una cuestión de teología

27 de marzo de 2025

«Nuestra Constitución se hizo sólo para un pueblo moral y religioso», escribió en 1798 uno de los padres fundadores de la democracia norteamericana, John Adams. «Es completamente inadecuado para el gobierno de cualquier otro».

A efectos de la gobernanza nacional, el problema de que España se haya descristianizado es que ha dejado de creer en el dogma del Pecado Original, que es la base implícita de nuestro sistema, eso que llaman democracia liberal.

Si el hombre es bueno por naturaleza, ancha es Castilla y cualquier forma de gobierno puede servirnos; sólo si partimos de que los seres humanos tienen tendencia al mal —a meter la mano en bolsa ajena, a mantenerse en el machito a costa de lo que sea o a colocar a la amiguita en Tragsatec— tiene sentido todo este jaleo de controles y contrapesos, separación de poderes, prensa libre, mandatos limitados y toda la vaina.

«La democracia muere en la oscuridad» es el lema que hace unos años eligió el Washington Post para que campeara junto a su cabecera, lo que no deja de ser curioso porque la Dama Gris lleva años en la vanguardia de la lucha por oscurecer y emborronar lo que sucede a mayor gloria del proyecto globalista. Pero, siendo cierta la máxima, creo más preciso afirmar que la democracia muere en la pereza.

El precio de la libertad es la eterna vigilancia, decía Jefferson, y apenas hay actividad más cansada que vigilar todo el rato. Lo que le pide el cuerpo al ciudadano que está a lo suyo, rompiéndose los cuernos para llegar a fin de mes, es andar controlando lo que hacen quienes le mandan y hacer que les rindan cuentas de continuo. Para el ciudadano común, se es político como se es fontanero: ellos a lo suyo, nosotros a lo nuestro. No nos pidáis que andemos supervisando sus cosas, que no nos da la vida ni tenemos vocación.

Pero la democracia es precisamente eso, la idea de que cada ciudadano debe tener algo de político, interesarse por los asuntos públicos e intervenir en ellos. Y, sobre todo, debe desconfiar del gobernante, empezando por no creerle. ¿Por qué, exactamente, habrían de decirnos la verdad cuando no les conviene hacerlo?

Pensemos en la actual insistencia contra los bulos y las fake news y la memoria democrática (recuerdos por mayoría). Desde Ursula al último mandatario, todo el aparataje burocrático nos viene avisando de que van a vigilar lo que decimos y controlar lo que escuchamos, porque hay grupos nefarios que se inventan cosas, que defienden posturas inaceptables (en palabras del canciller Scholz) o que incitan al odio.

El problema es, naturalmente, que si todo eso sucede porque hay gente dispuesta a manipular la realidad o inventarla en favor de sus intereses, no hay razón alguna para suponer que los que nos gobiernan vayan a hacer algo distinto. Y visto que todos ellos han demostrado una ambición implacable para llegar donde están, hay más razones para desconfiar de lo que nos cuenten que de cualquier otro, por principio.

Es sentido común del más pedestre. Por ejemplo, si usted osa cuestionar incluso tímidamente la narración oficial de que Putin tiene previsto atacar Europa hasta llegar a Lisboa, tarde o temprano alguien le acusará estar a sueldo del Kremlin. Y es, naturalmente, perfectamente posible y hasta probable que Moscú procure que su versión de los hechos se extienda. Pero exactamente lo mismo sucede de nuestro lado, con la diferencia de que los nuestros tienen más dinero, más medios y un acceso más fácil a nuestros medios de comunicación.

Ésa y no otra es la razón de ser de la libertad de expresión: como todo el mundo va a intentar vendernos su película, dejemos que cada cual lo intente y que sea el ciudadano quien decida qué mensaje es más creíble. Para lo cual deberá hacerse tres preguntas: ¿Quién tiene más medios para imponer su mensaje? ¿Qué medio o facción tiene mejor historial de aciertos a toro pasado, cuál ha sido más respetuoso con la verdad cuando esta ya se ha hecho innegable? ¿Qué noticia o interpretación tiene más sentido, es más lógica y responde mejor a los precedentes conocidos?

El poder y sus versiones de la realidad no salen bien parados de las respuestas a estas preguntas. Sus medios son abrumadores, lo que corresponde a su condición de poder establecido; su historial de mentiras —recientes y de peso— es pavoroso; y su versión de los hechos, con frecuencia, exigen de nosotros, no ya creer en lo que no vemos, sino en lo contrario de lo que vemos.

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