Pobre Melody, hija del gran pueblo de Puerto Serrano, que se quedó sola cantando. Sola, abandonada, y geopolitizada. La imaginamos a capela, cuando todo se ha apagado ya: «Una diva es valiente, poderooooosa»… Eurovisión se convirtió en otro debate español de política internacional: Palestina contra Israel. Los hijos del 78, incapaces de mover un dedo contra nada, discutiendo por Oriente Medio, con un Gobierno que tiene tal desprecio por la discrepancia que intervendrá el Televoto.
A los del pañuelo palestino los conocemos ya. Ni una palabra cuando pasan a cuchillo a católicos en cualquier sitio. Les importa un pito o una higa, según sensibilidades. Ellos no ayudan a Palestina, al contrario, la condenan. En cierto modo, la explotan simbólicamente para instalarse en su habitual superioridad moral. No les queda más ya. Palestina es una especie de colonización de la izquierda occidental. En el momento que no puedan ponerse la kufiya les quedará la pasmina del tío de la UGT.
Por otro lado, resulta un poco redundante la necesidad de recalcar el derecho de Israel a hacer cosas. Entendemos que si pueden bombardear Gaza como lo están haciendo, pueden participar en Eurovisión.
¿Son creíbles las cifras de muertos que nos llegan? ¿Y las imágenes? Difícil mirar a otro lado. El mismo Trump ha hablado de muertos por hambre, de total destrucción y de la necesidad de ayuda humanitaria. No creo que nadie vaya a considerar a Trump amigo de Hamás.
La dialéctica «Estado Genocida» versus «Territorio Terrorista» es endiablada. No tiene límite ni escapatoria. Quizás sería mejor asumir que estamos ante una guerra, desigual, tan moderna como primitiva, y la guerra no tiene reglas sino que las funda; mejor eso que intentar racionalizar la aniquilación física o humana; o ni siquiera: decidir que no está sucediendo.
Israel es importante para Occidente, su importancia de enclave crece a medida que se articula una alternativa con los BRICS, y en gran parte el problema tiene un origen occidental, pero no está claro qué valores occidentales, y sobre todo, qué valores nuestros hay detrás de un posible desplazamiento étnico. Hubo uno reciente en Nagorno Karabaj, por cierto, ante el más absoluto pasotismo. Los que protestan (siento decirles) podrán vivir con ello. Todos lo hemos hecho.
Pero España debería ser más compasiva que solidaria o, si acaso, humanamente solidaria; recordar lo humano en juego, lo humano en nosotros; aportar su capacidad para el encuentro; contribuir a un improbable diálogo o hacer posible la desescalada verbal, no agravarla. Sin embargo, parece que si por nosotros fuera, se estarían matando más, con más ardor y más razones. Nos encanta eso: dar argumentos a los demás para que sigan matándose.