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La Gaceta de la Iberosfera
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Barcelona, 1969. Ha escrito columnas políticas y algunos reportajes en varios medios nacionales (El Mundo, Ok Diario, El Español). Empresario maldito, coleccionista de cómics, músico ácrata y lector en Italia. Vivió una Ibiza ya olvidada. También una Barcelona enterrada. Acaba de publicar el libro de crónicas Barcelonerías (Ediciones Monóculo).
Barcelona, 1969. Ha escrito columnas políticas y algunos reportajes en varios medios nacionales (El Mundo, Ok Diario, El Español). Empresario maldito, coleccionista de cómics, músico ácrata y lector en Italia. Vivió una Ibiza ya olvidada. También una Barcelona enterrada. Acaba de publicar el libro de crónicas Barcelonerías (Ediciones Monóculo).

Una noche en el teatro

12 de mayo de 2023

Decaía la tarde y, entre sus últimas sombras, me adentraba en uno de los barrios más populosos de Barcelona. Alcanzada la Avenida del Paralelo, antes del Marqués del Duero, algunas luces recordaban su pasado lúdico, esplendoroso como el Montmartre del siglo muerto. Apenas sobreviven hoy tres teatros (Apolo, Victoria y Condal) y un reanimado Molino, que ofrece música y cabaret. La secular costumbre barcelonesa de bajar hasta esta larga vía (conecta las Reales Atarazanas con la Plaza España) se resiste, pues, a desaparecer para siempre. Por allí, decía, enfilé mis pasos hasta el viejo Apolo, donde se iba a representar la obra ¡Que salga Aristófanes!, de los ya sexagenarios Joglars. En el programa de mano podía leerse: «Aristófanes sigue siendo un símbolo libertario con sus risas, sus críticas y sus fantasías utópicas. Nuestra propuesta pretende reivindicar la libertad del arte en un momento en que está siendo víctima de una sociedad sobreprotectora».  

La obra, en efecto, continúa la tradición satírica de la compañía fundada por Albert Boadella y que dirige Ramon Fontserè, actor de grandes facultades y recursos. Él interpreta en esta función a un catedrático de clásicas expulsado de la universidad y recluido en un centro de reeducación psicocultural. Enajenado por su cancelación, víctima de la corrección política, adopta en ocasiones la personalidad y el ingenio del dramaturgo ateniense, sus mordaces dardos. Se desdobla así el personaje entre el profesor contemporáneo y el satírico griego, testimonios de dos épocas muy alejadas en el tiempo pero cercanas por sus plagas ideológicas. 

Si Aristófanes, partidario de la tradición, consideró demagógicas las ideas socráticas que se abrían camino en su momento, nuestro catedrático contempla hoy, impotente, la llegada a las aulas del evangelio woke. Todo ese compendio de ismos que está derruyendo el pensamiento crítico a base de etiquetas alienantes y políticas represivas. Desfilan sobre el escenario tales engendros de la nueva política mundial: los sexos inventados, la biología cuestionada, el animalismo aberrante o el igualitarismo totalitario. En definitiva, la construcción de un orden histérico e iliberal. Una suerte de inquisición que ha tomado al asalto las instituciones educativas y el sentido común general.

Luego está la cuestión catalana. Que Joglars, otrora antifranquista, componga una pieza, diría urgente, sobre el azote woke no parece casual. Embate contra otro poder, el nacionalismo catalán, la compañía ha sido estigmatizada desde que se atreviera a satirizar al pujolismo intocable. La marcha de la compañía a Madrid, ciudad abierta, puso de relieve el estado de las cosas aquí, en la Cataluña del oasis político, la corrupción sistémica y el silencio de la cultura arrodillada (y pagada). Se trató de un destierro indigno de cualquier democracia, no digamos de cualquier sociedad sana, es decir, capaz de reírse de sí misma y de cuestionar el poder. Por fortuna, y a tenor de la exitosa acogida del público barcelonés, el sistema no ha logrado corromper todas las conciencias y el teatro crítico sigue vivo, en especial gracias a estos estimados juglares.

Acabada la función, hubo largos aplausos a ritmo de sirtaki. Después, en las puertas del teatro, un cigarrillo agridulce, entre la esperanza de la sátira y el temor a esta libertad de nuevo acosada. Las luces vagas del Paralelo, avenida de viejas españolidades, alumbraban una realidad demográfica inapelable, fea, ajena a aquel Broadway barcelonés tan golfo como ingenioso.

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