La prestigiosa revista Estudios Públicos traducía y publicaba en el año 1982 una conferencia del Premio Nobel de Economía, James M. Buchanan. La misma llevaba por título “Democracia limitada o ilimitada”. El texto, todo un clásico para los amantes de la Elección Pública (Public Choice en lengua inglesa) está más de moda que nunca, a pesar de los cuarenta años transcurridos desde su publicación.
El conflicto que el Ejecutivo español ha tenido durante las últimas dos semanas con las instituciones judiciales ha puesto sobre la mesa un debate de gran interés, clave para la supervivencia de nuestro sistema democrático. La pregunta es sencilla: ¿qué entender por democracia? Los viejos marxistas señalaban que los conceptos son campos de batalla, y eso es precisamente lo que hemos visto durante esta semana en redes sociales y en distintos medios de comunicación. Diputados como Íñigo Errejón o comunicadores con un pasado político como Pablo Iglesias, hablaban de un golpe judicial a la democracia, señalando que el Parlamento y el Gobierno tienen todo el poder, fruto de una victoria pírrica en las elecciones generales.
¿Es la voluntad general absoluta? ¿Es infalible? ¿Debe poseer esta el poder en su totalidad?
Regresando al trabajo del viejo economista estadounidense, debemos hacernos la pregunta que en su momento también trató, aunque de forma distinta e indirecta, el ginebrino Jean Jacques Rousseau. ¿Es la voluntad general absoluta? ¿Es infalible? ¿Debe poseer esta el poder en su totalidad? Lo primero que deberíamos tener presente es que una democracia es solamente un medio. No es un fin en sí mismo. La democracia ayuda a una sociedad compleja a tomar decisiones de manera pacífica. Esto es lo que ha provocado que, durante la segunda mitad del siglo XX y en los poco más de veinte años que llevamos del siglo XXI, la democracia haya sido la forma política más exitosa a pesar de sus imperfecciones y limitaciones.
Si la democracia no es un fin en sí mismo, ¿cuál es el fin? En pocas palabras, este no es más que garantizar la libertad de las personas que componen y dan forma a la sociedad. En un entorno socioespacial plural y pluralista, los miembros de la comunidad tienen derechos y libertades, pueden elegir y decidir qué desean hacer con sus vidas, también asociarse y expresar sus opiniones como consideren. Esto, la libertad, es lo que desaparece en una dictadura, pero también en una democracia ilimitada que impone a través de las mayorías su visión a una minoría que pierde derechos de forma progresiva.
El tema, como hemos señalado líneas atrás, no es nuevo. El equilibrio democrático es débil y si confundimos los fines y los medios, el sistema puede degenerar rápidamente en una tiranía de la mayoría, como bien señalaron autores del siglo XIX como Alexis de Tocqueville, o economistas de finales del XX como el propio James Buchanan. Este último indicaba que el debate sobre la ingeniería constitucional y la democracia debe centrarse en “el tipo y grado de restricciones mínimas que se necesitan para asegurar la viabilidad de una sociedad en la cual los individuos puedan mantener sus libertades individuales y, desde un punto de vista más instrumental, sobre cómo estas limitaciones pueden ponerse en práctica según la mentalidad vigente”. Por tanto, y con base en la pregunta presentada líneas atrás, la voluntad general no es ni debe ser absoluta. Tampoco es infalible, pues debemos ser conscientes que muchas veces las mayorías toman decisiones contrarias a sus propios intereses. Y, sin duda, no debe poseer el poder en su totalidad, porque contraintuitivamente, el hecho de concentrar poder puede provocar una mutación en el sistema hacia una nueva realidad de naturaleza autoritaria.
Una democracia debe creer firmemente en la división de poderes y en el respeto a los derechos y libertades de las minorías
Por desgracia, los totalitarismos de nuevo cuño que funcionan en la actualidad no han sido resultado ni de guerras, ni de golpes de Estado violentos. Han transitado hacia la dictadura de forma suave, casi imperceptible. Cuando la ciudadanía se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Lo hemos visto en Venezuela y también en Bolivia. Europa no está vacunada contra esta amenaza y los regímenes que existen bajo el brazo de hierro del tirano Putin o en Turquía, son también un buen ejemplo de lo anterior.
Por todo ello, una democracia debe creer firmemente en la división de poderes y en el respeto a los derechos y libertades de las minorías. De lo contrario, dejará rápidamente de ser una democracia. Tan sencillo y tan complejo. Las definiciones importan, y mucho. Así pues, debemos ser conscientes que nuestra democracia ha triunfado a la hora de edificar una sociedad plural, porque, mejor o peor, ha sido capaz de mantener en el tiempo la división de poderes, esa que la izquierda quiere derribar en este momento.