Hay libros que pasan por nuestra atención sin pena ni gloria, hay otros que nos dejan huella y otros que nos abren puertas a la comprensión de la realidad en que vivimos y nos ayudan a diagnosticar el origen profundo de los problemas que nos afectan. He terminado de leer uno de esos escasos libros que nos ponen en el camino para poder entender mejor los actuales problemas y nos sugieren nuevos horizontes de análisis, más allá del caso concreto, para seguir ahondando en la verdadera problemática política de nuestra época.
Preocupado por el transcurrir y las posibles consecuencias de la guerra civil que se está desarrollando en Ucrania, inquietante realidad que se está produciendo en la mismísima Europa, mientras la mayoría de los ciudadanos, aunque afortunadamente en este caso no sus dirigentes, parecen no querer enterarse bien de la trascendencia de dicho conflicto, he terminado de leer uno de esos libros que nos abren la mente al resaltar, sin cortinas de humo ni convencionalismos, la verdadera problemática, origen y desarrollo del mismo y sus trágicas consecuencias. El autor es: Serhii Plocky, y la obra se titula “The last Empire”, donde va describiendo y desarrollando sin idealismos voluntaristas, cómo y porqué se produjo el colapso de la Unión Soviética y sus consecuencias, al margen de las explicaciones convencionales que se han generalizado en Occidente. Es clave para entender el actual conflicto y abre la puerta a preguntas mucho más profundas respecto al posible orden mundial. Habrá que replantearse determinados dogmas hasta ahora considerados inalterables en Occidente. Primero, la Unión Soviética no era un país ni una nación, sino un Imperio, primero fue el zarista y a continuación su heredero la URSS, aglutinado por el ideal comunista. Una desintegración típica de todo sistema político imperial. En cuanto se abre la puerta con Gorbachov a una liberalización y democratización, aún minúscula, todo el aparato se derrumba. El Imperio no se hundió en 1989 con la caída del muro o la liberación de Europa del Este, la caída de verdad se produjo a lo largo del año 1991, el golpe de estado fallido y finalmente se remata en la conferencia de los presidentes de Ucrania, Bielorrusia y Rusia. El resultado de esa descomposición se materializa por las fallas o costuras de realidades históricas anteriores, socio culturales y étnicas, que acaban por llevar primero a la independencia de las antiguas repúblicas y posteriormente al inevitable conflicto de intereses históricos, económicos y románticos que les llevan en última instancia a la guerra: la que ahora estamos viendo… De lo que se infiere que la estructura imperial es capaz de aglutinar naciones en su seno, proporcionado orden y seguridad al conjunto, restringiendo las individualidades nacionales, pero no puede incluir nacionalismos que a través de un sistema electoral popular lleva a la ruptura por conflictos de intereses desatados entre ellos. El caso se puede igualmente apreciar en el Austro Húngaro, (Serbia, Croacia, Bosnia, etc.) Británico (India Pakistán Bangladesh, etc.) o el Otomano,(Israel, Palestina, Irak, Siria…) Si se opta por un sufragio universal sin paliativos se acaba llegando irremisiblemente a una situación de conflicto pues al igual que los individuos luchan por obtener un “mayor trozo del pastel” así también las naciones se enfrentan por conseguir más beneficios que sus vecinos, espoleados generalmente por la ambición de determinados individuos dentro de su seno que por ambiciones personales quieren optar a mayores cuotas de poder de las que les hubieran correspondido en estructuras políticas mayores. ¡Hay más competencia! De lo que se deduce que habiendo llegado a donde hemos llegado el conflicto de Ucrania solo puede detenerse mediante la cesión de Crimea y Ucrania oriental a Rusia. Está claro ahora que Rusia, que ha abandonado su revolución “democrática” hace tiempo, ha resucitado el nacionalismo como bandera, con todas las bendiciones de la Iglesia Ortodoxa, y quiere ocupar el sitio del antiguo Imperio. Eso choca con todos sus vecinos: Europa vuelve a tener un problema en sus fronteras, ahora bien: respetemos que lo que es ruso lo sea, y cediendo en ese punto debemos garantizarle las fronteras a sus vecinos. Evidentemente de mutuo acuerdo, sino podemos encontrarnos a las puertas de una terrible confrontación en territorio europeo.
En última instancia esto nos plantea la siguiente pregunta: ¿Es compatible una democracia electoralista con una realidad globalizada cuajada de diversidad, sin una autoridad fuerte central que garantice por lo menos el orden y la paz del conjunto? China, que no deja de ser otro Imperio, claramente no está dispuesta a realizar el experimento. ¿La Unión Europea podrá ser viable sin que se disuelvan los respectivos parlamentos nacionales y cedan su soberanía?