En su libro, Puigdemont. El integrista que pudo romper España (La Esfera de los Libros, Madrid 2024), Iñaki Ellakuría y Pablo Planas cuentan que el golpista de quien depende el gobierno de España, cuando tenía que viajar a Madrid, en lugar de tomar el puente aéreo, buscaba conexiones internacionales para tener que mostrar su pasaporte a la llegada de la capital del Estado opresor del que ha sido máximo representante en su región natal. Siete años después de su huida, el Partido Popular, que sueña con establecer un pacto, al precio de ceder lo que es de todos, con Junts, ha permitido que en el Parlamento de Baleares se apruebe una Proposición no de Ley para que Aena use el catalán de forma preferente en lo que respecta a la toponimia balear. El nuevo servicio al catalanismo, al que alfombró el camino hace décadas cuando sustituyó el mallorquín por el catalán, se produce en la misma semana en la que Alberto Núñez Feijóo empleaba el topónimo «Lleida» en un mensaje en X redactado en español. Cosas de la oficialidad, respondería si se le preguntara a quien se jactaba de no emplear la lengua de Cervantes durante sus mandatos en Galicia. Nada nuevo bajo el Sol bipartidista.
Cualquier nación que dispusiera de un idioma internacional de la potencia del español, lo cuidaría al máximo. España, sin embargo, es diferente. Inmersa en un proceso de demolición, por la vía de la desnacionalización, desde hace medio siglo, en gran parte del suelo patrio el mundo oficial ha marginado, hasta su práctica erradicación, el idioma en el que se redactaron, por ejemplo, las actas fundacionales del PSOE y del PCE. Por ello, la decisión tomada en Palma de Mallorca no es más que un paso más dentro de un curso que desemboca en la disolución de España en Europa, tierra dominada por el idioma inglés que, poco a poco, se va consolidando como alternativa al español allí donde la lengua vernácula se implanta por obligación y amonestación.
La evolución de la España autonómica ya la anunció, hace más de cuatro décadas, Fernando Vizcaíno Casas, de cuyo nacimiento se cumplirán 100 años dentro de doce meses. Los que peinamos canas recordamos las apariciones televisivas del escritor valenciano, siempre trajeado, con su labio superior atravesado por un bigotito. En la naciente España posfranquista, Vizcaíno Casas ocupaba una cuota nostálgica neutralizada por la abrumadora mayoría progresista, por aquellos a los que se agarró otro incondicional del traje cruzado: Enrique Tierno Galván. Consciente de su papel, el escritor valenciano, que despachaba cientos de miles de ejemplares, exhibía socarronería, pero también datos que eran sepultados por la sobredosis de optimismo dominante.
Sin embargo, el tiempo ha convertido en clásicos algunas de sus obras satíricas. Especialmente, Las autonosuyas, publicada en el tempranamente democrático año de 1981, que fue llevada al cine, con más éxito que subvenciones, dos años después. Recuerde el lector: Austrasigildo, alcalde de Rebollar de la Mata, convierte a su pueblo en una autonomía y busca la complicidad de los ediles vecinos para «chupar del bote», ponerse altos sueldos y disponer de chófer. La herramienta diferencial: una neolengua, el farfullo, inspirado en un problema de dicción del propio alcalde, que pretendía que el nuevo idioma fuese obligatorio en las escuelas.
Aunque Vizcaíno Casas, precedente castizo de Houellebecq en labores oraculares, manifestó que con su obra no pretendía herir a determinadas regiones, es evidente que Las autonosuyas se miraron en el espejo de la España del hecho diferencial. Un proceso aparentemente imparable, pues si a principios de los ochenta, catalán, vascuence y gallego, ya consagrados en tiempos segundorrepublicanos, parecían ser las únicas alternativas al español, el tiempo y el trabajo de laboratorio han conseguido que el asturiano, el cántabru, el extremeñu, el andalú, el llionés, el aranés o el aragonés, hayan recibido un impulso que les sitúa al borde de la oficialidad. No es, por lo tanto, descartable, que en un futuro no muy lejano, coincidiendo con la visita de Papá Noel, el Olentzero, el Apalpador, el Anguleru y el parto del Caga Tió, la cúspide de la arquitectura constitucional tenga que decir: Feliz Navidad, Bon Nadal, Eguberri on, Bo nadal, Feliz Navidá, Felís Naviá, Feliz Ñavidá, Bon Nadau, Goyosa Navidat, etc.