Hoy en dĆa la ignorancia que impera en nuestra sociedad ha hecho que ser tildado de cĆnico devenga en un insulto, pero no deberĆa serlo. Porque el cinismo es una de las escuelas filosóficas mĆ”s puras y elevadas que nos legó aquella Grecia a menudo tan idealizada como desconocida. Si consideramos su sentido moderno, bien podrĆamos llamar cĆnicos a nuestros gobernantes atendiendo a su impudicia, a su procacidad, su forma de actuar con falsedad o desvergüenza. AsĆ lo define la RAE y asĆ se entiende a dĆa de hoy. Pero tambiĆ©n nos indica que un cĆnico puede ser aquel que sigue la doctrina fundada por AntĆsistenes de la que el filósofo mĆ”s conocido es Diógenes. Andaba el bueno de este recorriendo con un farol las calles en su destierro ateniense en busca de un hombre honesto. VivĆa en una tinaja, sin mĆ”s lujo que tomar el sol, aquel que le ocultó Alejandro Magno cuando se puso enfrente de Ć©l para decirle que podĆa pedirle lo que quisiera, recibiendo como respuesta que se apartara, porque le privaba de la reconfortante luz del astro.
Son los cĆnicos personas que se identifican con el perro –que de ahĆ proviene la raĆz de la palabra, kyon, perro en griego–, admirando su vida simple, apacible, en sintonĆa con la naturaleza y el orden de las cosas, sin mayores contemplaciones. Otras virtudes atesoraban aquellos exĆ©getas de la humildad: cultivar el sentido del humor y la ironĆa. CreĆan, con profĆ©tica inspiración, que la civilización, tal y como la concebĆa el hombre, era la encarnación del mal y que la felicidad estaba en el retorno a lo primigenio, desdeƱando riquezas, ambición y poder. Ā«Aquel que tenga menos necesidades serĆ” mĆ”s libreĀ», decĆa Diógenes, anticipĆ”ndose a la imagen del hombre sin camisa. Reivindicadores de la virtud en tanto que bondad y justicia pergeƱaron no pocas obras en las que criticaban la corrupción de los hombres pĆŗblicos, las falsas moralinas, la hipocresĆa y, especialmente, la inmensa capacidad de envidiar que tiene la humanidad. ĀæPuede alguien decir que tales ideas se contradicen con el mensaje de JesĆŗs de Nazaret, que nos habló de que antes pasarĆa un camello por el ojo de una aguja que un rico entrase en el reino de los cielos? ĀæEs opuesta esa filosofĆa a andar con pobres, leprosos, prostitutas, gente humilde y desafiar al SanedrĆn o al Imperio Romano? Posiblemente los teólogos digan que sĆ aunque uno, en su infinita ignorancia, no sepa diferenciar la bondad franciscana de Diógenes de la del Santo de AsĆs ni el mensaje de aquellos cĆnicos del de la Santa Palabra del Hijo de Dios.
AsĆ que si les llaman cĆnicos, no se alteren. A mĆ me complace que me definan con esa palabra. Compadezcan al ignorante que nada sabe de esa escuela filosófica y perseveren en su desprecio a las pompas y fastos de este mundo a las que renunciamos en el sacramento del bautismo. Den mĆ”s importancia a la luz del sol que a la sombra de los poderosos; la primera es la luz de Dios, la segunda suele ser la sombra del diablo.