«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.
Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.

Vindicación del cinismo

11 de enero de 2023

Hoy en día la ignorancia que impera en nuestra sociedad ha hecho que ser tildado de cínico devenga en un insulto, pero no debería serlo. Porque el cinismo es una de las escuelas filosóficas más puras y elevadas que nos legó aquella Grecia a menudo tan idealizada como desconocida. Si consideramos su sentido moderno, bien podríamos llamar cínicos a nuestros gobernantes atendiendo a su impudicia, a su procacidad, su forma de actuar con falsedad o desvergüenza. Así lo define la RAE y así se entiende a día de hoy. Pero también nos indica que un cínico puede ser aquel que sigue la doctrina fundada por Antísistenes de la que el filósofo más conocido es Diógenes. Andaba el bueno de este recorriendo con un farol las calles en su destierro ateniense en busca de un hombre honesto. Vivía en una tinaja, sin más lujo que tomar el sol, aquel que le ocultó Alejandro Magno cuando se puso enfrente de él para decirle que podía pedirle lo que quisiera, recibiendo como respuesta que se apartara, porque le privaba de la reconfortante luz del astro.

Son los cínicos personas que se identifican con el perro –que de ahí proviene la raíz de la palabra, kyon, perro en griego–, admirando su vida simple, apacible, en sintonía con la naturaleza y el orden de las cosas, sin mayores contemplaciones. Otras virtudes atesoraban aquellos exégetas de la humildad: cultivar el sentido del humor y la ironía. Creían, con profética inspiración, que la civilización, tal y como la concebía el hombre, era la encarnación del mal y que la felicidad estaba en el retorno a lo primigenio, desdeñando riquezas, ambición y poder. «Aquel que tenga menos necesidades será más libre», decía Diógenes, anticipándose a la imagen del hombre sin camisa. Reivindicadores de la virtud en tanto que bondad y justicia pergeñaron no pocas obras en las que criticaban la corrupción de los hombres públicos, las falsas moralinas, la hipocresía y, especialmente, la inmensa capacidad de envidiar que tiene la humanidad. ¿Puede alguien decir que tales ideas se contradicen con el mensaje de Jesús de Nazaret, que nos habló de que antes pasaría un camello por el ojo de una aguja que un rico entrase en el reino de los cielos? ¿Es opuesta esa filosofía a andar con pobres, leprosos, prostitutas, gente humilde y desafiar al Sanedrín o al Imperio Romano? Posiblemente los teólogos digan que sí aunque uno, en su infinita ignorancia, no sepa diferenciar la bondad franciscana de Diógenes de la del Santo de Asís ni el mensaje de aquellos cínicos del de la Santa Palabra del Hijo de Dios.

Así que si les llaman cínicos, no se alteren. A mí me complace que me definan con esa palabra. Compadezcan al ignorante que nada sabe de esa escuela filosófica y perseveren en su desprecio a las pompas y fastos de este mundo a las que renunciamos en el sacramento del bautismo. Den más importancia a la luz del sol que a la sombra de los poderosos; la primera es la luz de Dios, la segunda suele ser la sombra del diablo.

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