El día de ayer fue muy revelador. El ministro de Cultura, José Ignacio Wert nos dio una lección magistral de levedad, quizá incluso de imprudencia en el ejercicio del poder. Trataré de ser amable y compararé al ministro Wert con el portero de fútbol al que le meten un gol entre las piernas. Ha sido una rectificación, un demi-plié, que muchos van a aplaudir porque significa que queda algo de luz en ese ministerio, pero que tampoco merece otro calificativo que no sea el de gran cagada. El segundo susto lo daba El Gato al Agua. Alguien tiene calentito el indulto para el ex juez Baltasar Garzón, al que tanto costó apartarlo de la Audiencia Nacional por vulnerar el derecho de defensa de los que enviaba a prisión. La sala segunda del Supremo tramita el expediente de indulto que pondrán en la mesa del ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón. El ministro de los indultos a los corruptos condenados de Unió y el que tendrá que firmar el indulto a Jaume Matas. ¿Lo firmará Gallardón? ¿Desoirá el previsible desfavorable del Supremo? (sobre todo a tenor de su nulo arrepentimiento).
Deberíamos hacernos algunas consideraciones. En España, tener un lío con la justicia penal es algo muy serio. Este es un país en el que hay personas en la cárcel por vender CD’s grabados ilegalmente en los llamados top manta. Este es un país que mantiene en la cárcel una cantidad impresionante de jóvenes, por llevar unos gramos de droga en el bolsillo. No tienen segunda oportunidad, ahí arruinan su vida. ¿Ese mismo país va a permitir que la condena de Garzón quede impune? Si le dan el indulto, ¿cómo demonios van a hacer que los ciudadanos nos creamos eso de que la justicia es ciega e igual para todos? Hace muchísimos años, el alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, dijo aquello de “la justicia es un cachondeo”. A ver si va a resultar que tenía razón.
El tercer aldabonazo ha sido la hipótesis de la imputación de la Infanta Cristina en el caso Nóos. No haré causa fácil de la necesidad de imputarla para continuar con el simulacro de justicia igualitaria, que tanto le gusta al fiscal general, Eduardo Torres-Dulce. No, simplemente me conformo con la devolución del dinero público que con engaños y medias verdades amasó Iñaki Urdangarín. Si lo gastaba con la colaboración de su esposa, es poco relevante; dejémonos de perder el tiempo con libros de caballerías. Al fin y al cabo, el honor –como el palacete del barrio de Pedralbes– puede embargarse a mitad. Eso sí, siempre y cuando se restituya lo llevado, o robado con malas artes, de las exánimes arcas de lo público. Que devuelvan lo trincado, más un diez por ciento de multa, y que les den la amnistía; el indulto; o la absolución plenaria; que el certificado de buena conducta fiscal de Hacienda ya lo tiene la hija del Rey.