Llevo tres semanas insoportable, sin escribir casi nada de polĆtica. Disculpen, es la Navidad. Hoy que ya la hemos terminado y que ayer nos llenaron de regalos los Reyes Magos prometo poner fin a esta serie de textos y volver a castigarles semanalmente con la vida y milagros de Irene Montero. Si fuera Juan Manuel de Prada, este sĆ”bado serĆa un dĆa ideal para empezar citando a las tres o cuatro lectoras que todavĆa me soportan. Pero yo tengo padres y tres hermanos, asĆ que cada semana me leen por lo menos cinco. Porque les obligo.
El inicio del aƱo ha sido un poco menos alegre de lo esperado por la muerte de Benedicto XVI, pero tambiĆ©n muy inspirador al tener la posibilidad de repasar en profundidad su figura. En parte gracias a La Gaceta, que cubrió este aspecto como pocos medios en lengua espaƱola. AĆŗn asĆ, de todos los artĆculos sobre la profundidad teológica del Papa, el que hizo que me llegara la inspiración en el lugar menos pensado fue el de Javier Villamor, que en una carta en la que pedĆa perdón a Joseph Ratzinger por lo que Ć©l consideraba fallos actuales y de juventud, decĆa que no acababa de entender dónde debĆa estar dentro de la Iglesias y dónde debe estar esta. QuĆ© nos queda a los católicos que no nos vemos a veces demasiado reflejados en el actual PontĆfice. Y estas palabras me hicieron pensar.Ā
Porque Javier Villamor tiene, –no me lo invento, tengo enchufe y lo he hablado muchas veces con Ć©l– una vocación que a veces no consideramos como tal: la de padre de familia. Yo voy mĆ”s allĆ”: tengo vocación de madre de familia numerosa, aunque de momento no he tenido la suerte de llegar a serlo. Los católicos rasos valoramos y bendecimos las pocas vocaciones religiosas de la actualidad. Y hacemos bien porque las necesitamos. Los sacerdotes y monjas que rezan por nosotros merecen que cuidemos sus vocaciones como los tesoros espirituales que son. Sin ellos no hay salvación. Pero si ellos son la primera lĆnea de nuestro ejĆ©rcito, la caballerĆa, pongamos por ejemplo, nosotros, las familias católicas, somos su retaguardia. Como poco arqueros. Los que, por tener una vida mĆ”s mundana, estamos mĆ”s en contacto dĆa a dĆa con el mal. Y los que, no es poca cosa, guardamos a los que en la Iglesia vendrĆ”n despuĆ©s. Los que transmitimos la Fe a nuestros niƱos en una sociedad en la que tenerla ya no se considera una gracia.
Tener familia es, al menos por un tiempo, no tener nada y ser feliz. Sin dar, ni muchĆsimo menos, gusto a Klaus Schwab. Es sacrificarse no por resignación sino para dar lo mejor a otros a los que quieres mĆ”s que a tĆ. No darte mechas un aƱo entero porque se te juntan dos hijos usando paƱales, no hacer nunca viajes de dos porque al cuarto de los niƱos hay que aƱadirle una cama nido, o no salir a cenar cuando nos gustarĆa porque el gas estĆ” muy caro pero una casa familiar tiene que estar calentita. Es darle rienda suelta a nuestro instinto milenario de proveer al mĆ”s dĆ©bil que nosotros. Es saber que nosotros ya no somos solo un hombre o una mujer que vaga por el mundo, sino que trascendemos al menos durante varias generaciones porque no morimos definitivamente mientras nuestro recuerdo permanece en la memoria de alguien que nos quiso.Ā
Ser papĆ” –o mamĆ”, que no quiero lĆos– es tener que hacer de profe, de enfermera, de cocinero o de chófer. Es llegar a las ocho de la tarde con un reciĆ©n nacido en brazos preguntĆ”ndote cómo es posible que no hayas conseguido ducharte. Es comprender de golpe en pocos dĆas el porquĆ© de la privación de sueƱo usada como mĆ©todo de tortura nazi. Es acostarte muchas veces sintiĆ©ndote una bruja porque ese dĆa sólo has corregido a los niƱos. Y es ser incapaz de no volverlo a repetir al dĆa siguiente porque quieres a tu hijo y quieres que aprenda a vivir en sociedad aunque eso te obligue a corregirlo sin parar. Es aprender a toser como un fumador de puros para los momentos en que los angelitos digan en el ascensor que vaya nariz tan grande tiene la vecina o delante de su profesora que por quĆ© ella puede decir culo si tĆŗ en casa le haces decir trasero o pompis.Ā
Es preocuparse ya cada dĆa de lo que te queda de vida. Es volver a no dormir cuando llegan a la adolescencia. Es no hacer cena para ti porque sabes que te tocarĆ” hacer de coche escoba. Es asumir que te destrozarĆ”n el matrimonio y que por ellos y sólo por ellos tratarĆ”s de reconstruirlo despuĆ©s. Es por ellos por lo que aprenderĆ”s a saber cuĆ”ndo rendirte. Y a acompaƱarlos en el fracaso cuando llegue. Que llegarĆ”. Es sentirte orgulloso cuando se van porque aunque tu trabajo ni mucho menos acaba, has triunfado. Es, si todo sale bien, tener una mano que agarre la tuya cuando te vayas de este mundo.
Tener hijos es, creo, lo mĆ”s sacrificado que hay. Y sin embargo, la opción mĆ”s preciosa que la vida nos da. Ellos no apreciarĆ”n tu labor hasta que tengan los suyos propios. O incluso ni en ese momento. Pero da igual, porque tĆŗ sĆ. Enhorabuena, papĆ”s y mamĆ”s. Sois lo mĆ”s que se puede ser.