«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Licenciada en Periodismo por la Universidad CEU San Pablo y Máster en Periodismo de Agencia por la Universidad Rey Juan Carlos. Tras casi una década en el Grupo Intereconomía (La Gaceta, Intereconomía TV y Semanario Alba), es ahora jefa de Prensa del Grupo Parlamentario VOX en el Congreso de los Diputados.
Licenciada en Periodismo por la Universidad CEU San Pablo y Máster en Periodismo de Agencia por la Universidad Rey Juan Carlos. Tras casi una década en el Grupo Intereconomía (La Gaceta, Intereconomía TV y Semanario Alba), es ahora jefa de Prensa del Grupo Parlamentario VOX en el Congreso de los Diputados.

Votar en Galicia

12 de febrero de 2024

Con una madre coruñesa y un padre albaceteño, los veranos, navidades y fiestas de guardar se repartían en casa entre Galicia y Castilla la Mancha. El haber nacido en La Coruña nos daba a mi hermana y a mí la posibilidad de, cuando tocaba Coruña, decir orgullosas «yo también soy gallega». Y un poco manchegas, y muy madrileñas —nuestra ciudad de siempre—… pero, volvamos con lo de Galicia, que de eso hemos venido a escribir hoy.

La Galicia de mi infancia era la de mi abuela y sus amigas con el «neniña, ¡cuánto creciste!»; era la del amodiño de los mayores cuando pedías algo con demasiada impaciencia. La del «¡apúrate!» cuando se llegaba tarde y la del «sácate el jersey» cuando hacía calor —porque ya sabemos que en Galicia las chaquetas no se quitan, se sacan—.

Era, también, la España aquella de la 1 y la 2, así que cuando no había dibujos en ninguna de ellas, las dos hermanas apretábamos de nuevo el botón del mando con la esperanza de encontrar «en la gallega» algo que ver. Y había suerte: Superman cando era neno, se llamaba esa serie del Superman niño que las dos veíamos, magdalenas y chocolate en mano, en un perfecto gallego que entendíamos a ratos y que nos gustaba siempre.

El primer recuerdo del galleguismo separatista es ese tan divertido de una Coruña gobernada municipalmente por Paco Vázquez (seguramente, el alcalde socialista más votado por la derecha) que, al estilo Don Camilo y Pepone, libraba su particular batalla con los gamberros que por las noches quitaban la L del La Coruña escrito con plantas en el reloj floral de los jardines de Méndez Núñez. Así, durante la noche se leía A Coruña y por la mañana el buen Vázquez daba orden de volver a plantar la L. Y, ele que ele un días tras otro.

Luego llegó lo de estudiar gallego en los colegios. Y entonces la suerte era vivir en Madrid y llegar a Galicia sólo para disfrutar las vacaciones, mientras tus primos tenían una asignatura más y, por tanto, una posibilidad más de suspenso.

De esa Galicia en la que gallegos de pura cepa y los que lo somos sólo de nacimiento o de sentimiento —que haberlos, haylos— disfrutábamos con naturalidad de las dos lenguas, hemos llegado hoy a una Galicia siempre preciosa, siempre querida, pero a veces hostil para esos que no podemos o no queremos comunicarnos con el Ayuntamiento o la Xunta en gallego. Hemos llegado a una Administración galleguista que redacta en un nada incluyente gallego formularios y escritos notariales, de forma que quien no sepa falarlo, aunque allí haya nacido, se sienta un poco más de fuera.

Un cambio gigante si se observa de golpe, pero que, como el orballo, ha ido empapando poco a poco, gotita a gotita, hasta calar por completo una tierra que ve hoy cómo esos cuatro gamberros del Bloque están ya en el Congreso de los Diputados hablando de su país, y también en la Xunta condicionando las políticas de otros.

Porque ese cambio del galleguismo amable y acogedor al impuesto y excluyente no podría entenderse sin un Partido Popular empeñado en combatir al Bloque siendo igual de nacionalista que el Bloque. Un PP que se inventa los 21 días en galego para que los niños apremien a sus padres a desterrar el español por un tiempo, dado que él, el Partido Popular, ya lo ha desterrado hace mucho de su Xunta de Galicia.
Un Partido Popular que parece haber comprado el relato catalán y vasco de la lengua como elemento separador —el que distingue al gallego de verdad— en lugar de haber mantenido aquella preciosa alianza de castellano y gallego parlantes que siempre funcionó en Galicia.

Un Partido Popular a un paso de abrir embajaditas gallegas en lugar de emplear el dinero de los vecinos en más y mejor educación, más y mejor política de vivienda o de transportes y más y mejor sanidad.
Un Partido Popular que en nada se distingue del socialismo caciquil de la Andalucía de Chaves y al que ojalá en estas sí, se le pueda poner riendas y freno dando voz a VOX. Ojalá muchos gallegos votando el próximo domingo para dar marcha atrás al inexorable rumbo nacionalista de sus gobernantes.

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