«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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‘Y no tendréis miedo’

11 de agosto de 2021

Sucedió hace más de mil años -en el 991 de nuestra era para ser exactos- no lejos de Essex, en el sureste de Inglaterra. Reinaba sobre los ingleses Æthelred, que ha pasado a la historia como Etereldo “El indeciso” aunque sería mejor llamarlo “el mal aconsejado”. Era la época de las invasiones vikingas, ya saben, cuando los monjes de Northumbria imploraban al Señor que los librase “de la furia de los hombres del norte”. En su “Historia de Inglaterra”, André Maurois describió en dos líneas cómo fue la cosa: “son, primero, algunos pillajes, siete u ocho barcos que se aventuran; luego verdaderas flotas, después un ejército: «el Ejército»”. Pues bien, el 11 de agosto de aquel año 991 una tropa de unos 4.000 vikingos, con el noruego Olaf Tryggvason al frente, desembarcó a orillas del río Blackwater para saquear la comarca. Un “ealdorman” -podríamos traducirlo como duque o caudillo- salió a su encuentro con un puñado de hombres. Se llamaba Byrhtnoth – que viene a significar el “brillante valor”- y ya era mayor cuando avanzó sobre los invasores. Tenía unos sesenta años.

Lo que sucedió después lo conocemos gracias al bellísimo poema medieval “La batalla de Maldon”, uno de los grandes tesoros de la épica anglosajona que Inglaterra ha dado a la literatura universal. Los vikingos propusieron cobrar un rescate y retirarse. Byrhtnoth respondió que les pagarían “con la punta de las lanzas y las hojas de las espadas”. Los invasores avanzaron sobre una lengua de tierra que defendían los anglosajones. Allí trabaron el primer combate. Los noruegos pidieron que les dejaran llegar a tierra firme para combatir en campo abierto. Confiado en su valor, Byrhtnoth les franqueó el paso y allá se enzarzaron unos con otros junto al río. Fue un error. Los noruegos superaron a los defensores y terminaron matando incluso a Byrhtnoth. Dicen que hicieron falta tres guerreros para acabar con él. El poema es pródigo en combates de campeones en la mejor tradición de la épica europea desde Homero. El caudillo cae animando a sus hombres, que morirán junto a su señor, y encomendándose a Dios.

Occidente se construyó sobre el ideal del heroísmo y, en particular, sobre la celebración del coraje

Hay un momento especialmente emotivo. El duque prepara a sus hombres para el combate. Seguramente no son guerreros, sino campesinos. Defienden su tierra con las armas, pero no son saqueadores ni piratas. Byrhtnoth les dijo cómo habían de sostener el escudo y cómo mantenerse firmes. Después añadió, dice el poema, “And ne forhtedon na”, “y no tendréis miedo”. Hubo un tiempo en que el comandante peleaba al frente de sus hombres. Así lucharon, por ejemplo, Alejandro, César, Fernán González, el Gran Capitán, el emperador Carlos, Jan III Sobieski y Carlos de Lorena. Combatieron, codo con codo, junto a sus soldados, José de Palafox en Zaragoza y el comandante Benítez en Igueriben. Así murieron en Trafalgar Cosme Damián Churruca y Dionisio Alcalá Galiano. Se habla mucho del liderazgo, pero deberíamos hablar más del coraje, del heroísmo y del sacrificio

Occidente se construyó sobre el ideal del heroísmo y, en particular, sobre la celebración del coraje. Desde los héroes que se baten frente a los muros de Troya hasta el suplicio de Jean Moulin, líder de la resistencia francesa, torturado por Klaus Barbie en el Hôtel Terminus de Lyon, hay veintiocho siglos de valor que nos contemplan.

La huida puede ser necesaria, pero la gloria se alcanza plantando cara, peleando, venciendo

Por eso, debería preocuparnos toda esta retórica de justificación de la debilidad, la fragilidad y la cobardía. Detrás de una aparente humanidad, se esconde la cesión ante la adversidad y la renuncia a la superación. Todos somos débiles y frágiles. Todos sentimos miedo. Pero el modelo no puede ser quien se rinde ante las dificultades, quien se retira, quien baja los brazos. Antes bien, debemos admirar y tomar como ejemplo a quien supera su miedo, a quien se sacrifica, a quien se sobrepone. Hay que compadecer al cobarde, pero el aplauso lo merece el valiente. Si valen lo mismo uno y otro, en realidad ninguno vale nada. La huida puede ser necesaria, pero la gloria se alcanza plantando cara, peleando, venciendo.

Hace mil treinta años, en Maldon, cerca de Essex, a orillas del Blackwater, el duque Byrhtnoth decidió sobre su destino. Por eso es un héroe. Podría haberse retirado o incluso huido. Había muchos pretextos: no puedo, soy débil, me he roto… En fin, ya saben. Sin embargo, prefirió luchar. Borges escribió en la “Milonga de Jacinto Chiclana” que “siempre el coraje es mejor/ la esperanza nunca es vana”. No debe sorprendernos, pues, que más de un milenio después de aquel combate, el escritor argentino descanse bajo una lápida que reza “And ne forhtedon na”. 

“Y no tendréis miedo”. 

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