Se interpretó como una encerrona el famoso encuentro que tuvieron Trump y JD Vance con Zelenski el pasado viernes en La Casa Blanca. El mal rato que el ucraniano vivió en el butacón amarillo estilo Luis XV del Despacho Oval podría haber sido una maniobra premeditada por los anfitriones, nos cuenta el antiguo diario conservador con su puntito de conspiranoia. Sentarle en un mueble tan atroz roza la tortura, desde luego. Pero donde muchos ven una humillación y algunos la bis repetita de cualquier episodio similar relacionado con la Segunda Guerra Mundial —¡que el ritmo no pare!—, lo único que hubo fue el deseo de templar a Zelenski, de hacerle consciente de la realidad y de sus debilidades. Ocurre en el preciso instante en que pretende imponer su visión del enemigo (e imponerle a Trump el enemigo), lo que desvela el escaso interés que tiene por encontrar una solución al conflicto, que ya entra en su tercer año. La diplomacia de Reality será muy criticable y Trump y Vance gente muy ruda, pero demostraron que ninguna puesta en escena va a variar los términos en los que ya se han realizado los contactos preliminares para la negociación de la paz.
Zelenski tiene mucho de producto de marketing. Florian Philippot lo ha descrito utilizando el concepto «starificación». El ucraniano se ha transformado, o le han transformado, en una estrella del pop. Mitad mártir, mitad subcomandante Marcos del euromundialismo; su estudiada tenue de combat primavera/verano, otoño/invierno; su reportaje para la revista Vogue; su Oscar propiedad del inefable Sean Penn; el apoyo de Bernard- Henri Lévy, filósofo de revista del corazón y marcador sublime de caminos que es mejor no transitar; todo en Zelenski, desgraciadamente, huele a la fabricación de un ídolo en el que estamos obligados a creer. Aquí no opera el derecho a la blasfemia de Caroline Fourest. Y éste fue el «error» de Trump y Vance. El zarandeo de Volodomir que vimos en el Despacho Oval es demasiado difícil de digerir para una opinión pública y periodística europea que no es capaz de disociar al personaje —y a sus intereses— del pueblo ucraniano, que es quien realmente ostenta la dignidad y padece las consecuencias de la guerra.
El fracaso del reciente encuentro en Washington es relativo, puesto que de momento ha arrojado al líder ucraniano a los brazos consoladores del primer ministro británico. Starmer ha estrechado cálidamente a Zelenski y el gesto de cariño ha salido por más de tres mil millones de euros procedentes de activos rusos congelados. Atendiendo, entre otros, al Informe Especial nº 23/2021 del Tribunal de Cuentas Europeo (Reduicing grand corruption in Ukraine: several EU initiatives but still insufficient results) y ante el riesgo de que la ayuda acabe saneando las cuentas de la casa Bugatti o gastada en jeroboams de Moët Chandon en Courchevel, sería prudente realizar una auditoría de cualquier tipo de fondo entregado al país eslavo.
Ucrania ya ha perdido aproximadamente una quinta parte de su territorio. Esta derrota pudo verse acotada en marzo de 2022, pero no quisimos. Hoy el inquilino de la Casa Blanca ha cambiado y la realidad del frente nos dice que la alternativa a aceptar la paz (necesaria, que no «humillante») sería la continuación del conflicto hasta sus últimas consecuencias.