«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Zidane, el estratega

14 de marzo de 2016

“Así no vamos a ninguna parte”, concluía Zidane su rueda de prensa. Un alicaído Zidane. Estas semanas en la vida del entrenador del Real Madrid están siendo todo un carrusel de emociones. Disfrutamos con el Zidane más sonriente y optimista en la previa de los partidos y 24 horas después se nos cae el tambalillo tras el pitido final del árbitro. Un sinvivir. En ocasiones, me lo imagino dando portazo y diciendo aquello que soltó José Bono en Salobre: “Hay frutos que uno ha degustado ya en calidad y cantidad suficientes como para ofrecerlos a otros que no los hayan tenido”. Casi se nos va de las manos lo de los agasajos del recibimiento. Somos tan espléndidos que a punto estuvimos de regalar a los canarios los tres puntos. El fin de semana fue una experiencia multisensorial para los insulares. Fue tal la locura de bienvenidas que el equipo, al completo, tuvo que salir a firmar, incluido Zidane, a las hordas de aficionados provistos de cámaras, tablets -que exhibían en alto como si fueran las tablas de Moisés-  móviles, bolígrafos, libretas, gorras, camisetas, ¡cojines!…¡el bolso de Mary Poppins eran esos ciudadanos de las islas! Tanta demostración de amor isleño que hasta Zinedine aguantó estoico a un señor barbudo en tirantes, como recién llegado de Las Hurdes, una especie de Sébastien Chabal, colgado de su oreja gritándole “¡te quierooo, te quierooo!”. Un furor cariñoso tal que temías se fuera a arrancar a cantarle How Deep is Your Love, en falsete, en plan Bee Gees. Yo primero llamaría al esquilador de ‘Espabilá’, la canción de la Peñuela, “llévatelo para la jaula o a casa del esquilador”.  

Propongo un plus en el sueldo del francés ante semejantes trances. Florentino se quedó en Madrid. No pudo disfrutar de los 28 grados de las islas. El equipo, sin embargo, parecía que aún estaba echándose el bronceador en la playa Las Canteras. Qué relajación. Qué pasotismo. Prefería fijarme en Lucas Vázquez que, en el rondo de calentamiento, se ejercitaba tieso y obediente como el comulgante que va presto a tomar la Primera Comunión. Los aficionados seguían a lo suyo,  con sus fervores amorosos. Parecían concursantes sacados de ‘La isla de los nominados’, a los que no les informaban de que el mundo había sido destruido y seguían con el programa como si no hubiera pasado nada. ¿Hay algo que produzca más ternura (y repelús) que un tipo de 50 años levantando una cartulina escrita con rotulador pidiendo la camiseta a, pongamos, Marcelo? ¡o a Isco “de mayor quiero ser como tú”! Creerán como Luis María Anson, “un elogio nunca es desmedido”. Prometo que vi a profesoras diciéndole a Cristiano “eres un ejemplo para mis alumnos”.

Esos jóvenes viejos, esos ‘viejovenes’, esos a los que los bancos concedían La Hipoteca Joven hasta los treinta y cinco. Como Huidobro, “si yo no hiciera, al menos, una locura al año me volvería loco”. Y esta ansia desmedida por sacar fotos. Cuando viajas, puedes reconocer al turista del viajero porque el viajero no hace fotos. Recuerdo que me comentaba una amiga ver a turistas en Grecia caminando por la Acrópolis que preferían mirar ¡en su móvil! las fotos de la misma Acrópolis. En fin, el tiempo, todo ‘locura’. Para colmo, se nos adelantó la Semana Santa y fue Domingo de Ramos. Ramos y Pepe en plan compi yogui. De Ramos únicamente nos queda la certeza de que, como al soldado Ryan, hay que salvar su cabeza. Físicamente, claro, un busto como el que encontramos en ABC de don Torcuato pero en el tour del Bernabéu con la leyenda 92.48. Lo de su interior ya lo dejamos para los estudios de los especialistas en Medicina. Como dice Martin Amis de William Burroughs, es un novelista de trozos buenos.

Inevitablemente, nos empataron. Zidane escupió con ira el chicle. Ese chicle que, desde el minuto uno, ya representaba cómo se mascaba la tragedia. La velocidad de ese chicle era la patada al botellín de agua del otro día o, mejor, el cabezazo que arrearía con gusto a vete tú a saber. Mi mirada en el césped se mezclaba con el otro verde de la indumentaria de San Keylor (sí, ya tenemos santo) en  una especie de vahídos en verdes neón como en Vértigo, de Hitchcock, cuando Judy se va transmutando en Madeleine. Sólo faltaba que entrara Manuela Carmena con sus magdalenas caseras. Ya lo hizo Ramos. La empanada la trae de casa. Mientras, Isco armando un pollo en el banquillo porque su entrenador osó cambiarle. Casemiro daba la victoria ¡de córner! y Casillas  –el córner me lo recordó-  discutía absurdamente en Twitter con un periodista. Poco se está hablando de las cantadas tuiteras de Iker. Oporto debe ser aburridísimo, no me explico este no parar de tuitear. Qué hartazgo y qué cruz con los egos. Fantaseo con un Zidane estratega en el vestuario, bajando humos, organizando el crepúsculo de los dioses y los futbolistas temiendo que se haga un abrigo de nutria con sus pieles tatuadas. Zinedine destacó la falta de entrega, “perdimos una cantidad de balones alucinante. Lo que me molesta es lo nuestro”. Evitemos, Champions de mi vida, lo del general Narváez ante el cura cuando fue a tomarle confesión: -“Hijo, ¿perdonas a tus enemigos?” -“No puedo, padre  -respondió-. Los he fusilado a todos”.

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