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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crítica: ‘Drácula: La leyenda jamás contada’… y (casi) sin colmillos (2,5/5)

En plena fiebre por profundizar en las vidas de los villanos más célebres llega Drácula: La Leyenda Jamás Contada, una más entre las decenas de adaptaciones del sangriento y atormentado personaje de Bram Stroker y rey indiscutible del cine de terror. El resultado es un un Drácula que no parece Drácula, sino un héroe más propio de la factoría Marvel venido a menos, y un intento de rellenar las lagunas de su guión con efectos visuales apabullantes que, sin embargo, no logran dotar de alma a la película.

La leyenda jamás contada es la del conde Vlad III de Valaquia (Luke Evans), personaje histórico que ya exploró Francis Ford Coppola en el inicio de su filme Drácula (1992), que antes de convertirse en la bestia es un padre de familia dispuesto a defender a cualquier precio su reino de la invasión otomana. Muy lejos del vampiro clásico que nos daba pesadillas por las noches, la película del director debutante Gary Shore presenta al protagonista como un mandatario ideal, querido por todos, que pacta heroicamente tres días de inmortalidad con un vampiro para salvar a su pueblo, a su esposa, Mirena (Sarah Gadon), y a su hijo. La única condición está en que Vlad ‘El Empalador’ no beba ni una pizca de sangre humana en el plazo acordado si después quiere volver a ser humano. Con la promesa de derrotar a los turcos en tres días, el conde se promete guardar su secreto mientras se carga él solo a cientos de adversarios a golpe de murciélago.

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La figura de Drácula ha sido retratada y revisada en decenas de adaptaciones cinematográficas, pero Drácula: La Leyenda Jamás Contada se desprende de cualquier pizca de terror o de misterio y poco tiene que ver con el Nosferatu de F.W. Murnau (1922). Por el contrario, el vampiro de Luke Evans es un héroe de película de acción y de aventuras que, aunque peca de superficial, está dirigido claramente a un público que antes de entrar a la sala haya dejado de lado cualquier idea preconcebida del monstruo clásico.

Drácula: La Leyenda Jamás Contada vaga (sin decidirse) durante sus 92 minutos entre el péplum, la estética medieval inspirada en Juego de Tronos, una historia de amor artificial que no emociona y las características de superhéroe de su protagonista sin aportar nada nuevo. Porque la película de Gary Shore comete el común fallo de ahogarse en los efectos visuales, en las batallas interminables y en los impresionantes planos aéreos que, sin embargo, no logran calmar la sensación en el espectador de que falta algo más de personalidad propia en la película.

Aunque es de reconocer el esfuerzo de Shore por adentrarse en el humano antes de la bestia, uno sale del cine con la convicción de que se ha desaprovechado una oportunidad de oro para dar la vuelta a la historia de quien el crítico Ado Kyrou llamó “la más terrible pesadilla del cine”. Vlad, el hijo del Diablo, Drácula, es ahora un héroe de una superproducción sin misterio, terror y, si nos descuidamos, sin apenas colmillos.

Puntuación: 2,5/5

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