«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El adiós a la España de ‘Cuéntame’

La clase política española se rinde homenaje a sí misma en torno al cadáver de Adolfo Suárez. El Rey que dejó caer al ex presidente, los socialistas que lincharon políticamente al finado, incluso los nacionalistas catalanes que han traicionado palmariamente los pactos de la transición; todos se han dado cita al pie del féretro para reivindicarse a sí mismos con el pretexto de la muerte de Suárez. En el momento de más baja credibilidad de la clase política española, todos han aprovechado el deceso para ganar un poco de aire a la sombra de una figura eminente. Se han pegado al muerto como al doliente infante don Carlos le metieron en la cama la momia de fray Diego de Alcalá, por ver si así sanaba. Eurico Campano ha contado muy bien en gaceta.es cómo fue la jornada en el Congreso. Poco más hay que añadir.

Afuera, en la calle, el ambiente era otro. Hasta cinco kilómetros de cola formaron los ciudadanos (“ciudadanos anónimos”, como dicen los medios de comunicación) para despedir al presidente del “Habla pueblo, habla”. Transitar la cola y preguntar a los transeúntes ha sido un excelente ejercicio de sociología política. ¿Por qué estaban allí? ¿Qué era para ellos Suárez? ¿Cómo es que, después de tantos años en el olvido y en el silencio, el mismo pueblo que negó sus votos a Suárez venía ahora a llorarle?

Él lo sacrificó todo, familia incluida, por España. Él trabajó por la libertad. Él levantó España de donde estaba. Sic, sic y resic. Son las cosas que decían los madrileños ayer por la tarde, en la cola en torno al Congreso, cuando se les preguntaba. Cada uno de esos testimonios y cada uno de esos juicios, acertado o erróneo, encerraba un reproche a los políticos que permanecían allí dentro, en las Cortes, poniendo la cara para que la vieran las cámaras de televisión. De manera que, mientras los políticos se arrimaban al cadáver para impregnarse de dignidad, los ciudadanos guardaban vela para echar en cara su indignidad a los políticos.

¿Alguna nota común en los “ciudadanos anónimos”? Dos. Una, el cabreo. La otra, la nostalgia. Cabreo porque, en general, la muerte de Suárez es percibida como metáfora de la muerte de un proyecto común, incluso, si se quiere, de una ilusión. Y nostalgia porque, inevitablemente, en las colas se respiraba que “con Suárez se vivía mejor”. Nostalgia de la España de ‘Cuéntame’, de cuando éramos jóvenes y teníamos ilusión, de cuando creíamos en la democracia y en las instituciones. Nostalgia de una España sin apenas droga, donde el paro sólo era un problema reciente, donde la escuela servía para algo, donde podías salir de noche, donde la gente podía labrarse un futuro a base de esfuerzo, donde los varones cedían el sitio en el autobús a las señoras. Nostalgia de la España Alcántara. Nostalgia de una España que era la de Franco –oh, sí- y quería dejar de serlo… pero no para convertirse en esto de hoy. Muy de noche, con un viento intempestivo que cubre de invierno el falaz anuncio de una primavera demasiado temprana, una señora vestida de “decathlon” me dice: “Y mire usted, Adolfo era un señor”.

Adolfo, sí: el pueblo tutea a los suyos. Quizás el mejor epitafio para Suárez, el más noble, es precisamente ese: logró que el pueblo le viera como uno de los suyos y, además, como a un señor. Lección que deberían aprender unos políticos, los actuales, a los que el pueblo no ve ni como señores ni como pueblo. Pero no, no lo aprenderán. Les basta con pegarse al féretro, por ver si el magnetismo del finado les transmite algo, como la momia de fray Diego al infante don Carlos. Pero no, lo de don Carlos no tenía arreglo.

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