«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¡Ay, Karmena, ay Karmena!

La saturación de imágenes trágicas, crudas o violentas acaba por insensibilizar al espectador, que desarrolla una suerte de tolerancia a la brutalidad. Darwin. Nada nuevo.

Algo parecido ha ocurrido con el neochavismo y sus hombres. A fuer de verlos sentados con Ana Rosa pensamos que se habían domesticado. Que, en el fondo, compartíamos un mismo sistema legal y moral. Alguien que ocupa la jornada de reflexión en echar una pachanga con amigos no puede ser mal tipo.

Ahora, claro, todo es estupor. Y ya no son tan guays. Cuando el uno habla de cargarse ministros y la otra asalta capillas en pelotas, entonces la cosa cambia. Resulta que cuando se empiezan a quitar las caretas son feos de cojones. El tal Zapata, máximo representante cultural de la capital durante 24 ignominiosas horas, ha resultado ser lo que su aspecto anunciaba: un perturbado. Un fanático antisemita, aficionado a reírse a cuenta de una víctima de ETA y una niña asesinada. Su probable sustituta se describe a sí misma como feminazi, marxista-leninista y se refiere a la policía como “mercenarios de mierda” y drogadictos. Y amenaza: “algún día pagaréis caro todo esto”. Otro camarada del consistorio defiende –defendía, dirá él- lo que llama “lucha armada”, esto es, desintegrar a un señor con un coche bomba. El otro quería “empalar” a no sé quién y la otra nosequé del 36. Pareciera que Karmena hubiera hecho el casting en un psiquiátrico.

La periodista Ana Pastor constató el clima de violencia latente cuando consultó el móvil después de entrevistar a Manuela Karmena: “Con mensajes como este dan ganas de dejar de hacer entrevistas, la verdad”. Fue el domingo, después de El Objetivo. Alguien molesto con la entrevista la quería “dentro de una fosa”.

Begoña Villacís, estrenó el cargo entre insultos y amenazas. Reconoció que nunca antes había visto tan de cerca «la violencia totalitaria»:

“Tenían banderas republicanas. Son personas que no aceptan la democracia, no aceptan el hecho de que yo esté ahí. No solo no lo aceptan sino que me odian. La sensación fue muy desagradable y es probable que se convierta en una rutina”

Lo mismo les ocurrió a los concejales populares. Y episodios similares se sucedieron en diferentes ciudades de España. O del Estado, como se dice ahora. En Pamplona, por ejemplo, donde simpatizantes de la llamada izquierda abertzale, ahora a los mandos del Ayuntamiento, amenazaron a los concejales de UPN, ganadores de las elecciones.

Hubo disturbios en Badalona entre independentistas, ahora en el poder, y populares, desalojados del consistorio pese a haber doblado en representación al segundo más votado. Durante la constitución del Ayuntamiento de Barcelona se dieron vivas a Terra Lliure y concejales de la CUP mostraron carteles en los que se pedía libertad para Arnaldo Otegi. Uno de ellos, recién llegado de un capítulo de Sons of Anarchy, lucía la palabra ODIO tatuada en los dedos. Y una frase a modo de guía moral en el brazo: “La rabia puede más que la desesperanza”. El angelito cuenta con antecedentes legales por haber destrozado una cámara de TV3 “con un objeto contundente”.

Y un poco al Oeste, en Zaragoza, el nuevo alcalde dedicó el primer acto a lo urgente: la Guerra Civil. Su arenga concluyó como muchas arengas de los años 30:

“¡Honor y gloria a los republicanos!, ¡Viva la República!»

La nueva política.

 

 

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