«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Berga y la desobediencia

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La reciente detención de la alcaldesa cupera de Berga, Montserrat Venturós, ha vuelto a servir como inmejorable marco para que los catalanistas saquen a pasear los manidos tópicos que conforman su prontuario ideológico, tan retorcido como victimista. Como es sabido, doña Montserrat ha sido conducida por los Mozos de Escuadra al juzgado de su ciudad, donde ha permanecido alojada cuatro horas. La razón que ha motivado la detención realizada por el cuerpo policial regional que muchos catalanistas consideran embrión de un hipotético ejército catalán, ha sido su doble incomparecencia ante el juez que la acusa de delito electoral, acusación motivada por mantener la bandera independentista en la fachada de la casa consistorial durante las elecciones autonómicas del 27 de septiembre y las generales que se celebraron el 20 de diciembre.

            Liberada y rodeada de cámaras, Venturós, que hasta la fecha se ufanaba de su carácter desobediente, ha alzado el puño izquierdo, que no el derecho, y ha expelido las habituales palabras propias de los hispanófobos que operan alimentados por la propia España. El trance por el que ha pasado la alcaldesa es, según unas manifestaciones que bien pudiera suscribir algún miembro del clan Pujol, «un ataque absolutamente antidemocrático e insultante contra el pueblo catalán». Rivales en el mercado electoral, pero coyunteros en sus viscerales anhelos sediciosos, Puigdemont no ha perdido la oportunidad de proferir unas palabras de apoyo «a Montse Venturós y a los cargos electos que sufren persecución por sus ideas. La libertad de expresión no es ningún delito». Hasta aquí el reparto de pasto propagandístico catalanista. A partir de ahora, la resolución de un juicio que no tendría lugar en muchas de las democráticas naciones europeas en las que se miran este par de españoles enfermos. Sencillamente, porque en esa Europa en la que pretenden incorporar a una Cataluña liberada del yugo español, no se dan las suicidas facilidades que encuentran en España facciones antinacionales como las que respaldan a Venturós y Puigdemont, personajes que en otras latitudes, o bien debieran actuar en la clandestinidad o formarían parte de esa cuota de esperpentos y extravagantes que toda sociedad política alberga en su soberano seno.

            Más allá del campo leguleyo, la habitual apelación al «pueblo catalán», sea eso lo que fuere, parece aludir no sólo a cuestiones relacionadas con el proceso de independencia que impulsan muy diversas organizaciones catalanas, sino también a cierto recorrido histórico marcado por las singularidades de tal pueblo. En definitiva, estamos convencidos de que si preguntásemos a los susodichos individuos por el origen del sentimiento independentista, estos lo situarían en un incierto y lejano pasado, pero pasado, en suma. Ocurre, no obstante, que existen datos documentales que cuestionan seriamente el pretendido sentimiento unánime del pueblo cuya representatividad se arroga la Venturós.

            Los hechos nos conducen al caluroso viernes 1 de julio de 1966, fecha en la que Francisco Franco visitó Berga. En carne mortal, el modelo que sirviera para fundir en bronce la decapitada estatua ecuestre que ha sido ultrajada y derribada recientemente en Barcelona, recorrió las calles de la localidad del modo que puede observarse en una grabación del NO-DO. Los casi cuatro minutos de televisión material sirven para comprobar hasta qué punto los bergadanos mostraron su júbilo al ver pasar, impecablemente vestido de blanco, al general gallego, que pasó revista a unas tropas formadas tras la efímera arquitectura de un gran arco en el que, junto al yugo y las flechas, figuraban lemas tales como «Franco Caudillo de España, Berga está contigo», o «Franco Caudillo de la paz y del progreso».

            La visita continuó con un triunfal desfile vehículos aclamados por la muchedumbre que se agolpaba bajo innumerables metros de banderas españolas colgadas de los balcones. Entre la aplaudidora multitud aparece incluso un conjunto de carteles rotulados… en catalán. Ya bajo techo, y tras la preceptiva visita al santuario de Queralt, ante la presencia de los 309 alcaldes de la provincia de Barcelona, Franco recibió la primera Medalla de Oro de la ciudad, al tiempo que era nombrado Hijo predilecto de la provincia. Huelga decir que donde ahora está proscrita y sustituida por la independentista estelada, la enseña nacional estuvo omnipresente durante toda la visita. A la luz de este documento audiovisual, la desobediente actitud de Montserrat Venturós parece contar con escasos precedentes locales. Antes al contrario, las imágenes de hace 50 años insinúan una dócil obediencia a la situación política de un régimen en el cual ocupaban puestos relevantes catalanes como el opusino Laureano López Rodó, ministro responsable de los Planes de Desarrollo Económico y Social a los que tanto debe la Cataluña actual que atrajo a tantos obreros de otras provincias españolas. Obediencia que comenzaba por las manos de quien impuso la medalla a Franco, nada menos que un predecesor en el cargo ahora ocupado por Venturós, el alcalde de Berga Juan Noguera Sala (1921-1990), impoluto acompañante del Caudillo en su visita a una ciudad que recibió al Jefe del Estado con una Patum extraordinaria.

             En efecto, la apoteosis bergadana de Franco fue posible gracias a los esfuerzos del por entonces alcalde Noguera, quien a sus 18 años ya se había incorporado al Frente de Juventudes para dar el salto a la FET-JONS, desde donde se aupó a delegado local de la Organización Juvenil Española en Berga. Su fulgurante ascenso le llevaría a ser miembro de la Guardia de Franco, delegado comarcal de la Organización Sindical Española y jefe local del Movimiento. En 1952 ya era concejal. Un año más tarde se convertiría en teniente de alcalde antes de alcanzar, en 1958, la vara de mando que cedería en 1979 tras reconvertirse en miembro de la Unión de Centro Democrático y haber sido Procurador en Cortes.

 

            Ediles antagónicos, Noguera y Venturós -franquista el primero en los tiempos de Franco, independentista la segunda en los días del «derecho a decidir»-, muestran los verdaderos límites de la desobediencia característica de esa Berga leal en su momento, botifler al cabo, al Borbón Felipe V.

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