«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Brexit. El desmantelamiento de un dique

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La mañana del viernes 24 de abril de 2016 ha amanecido con la noticia de que los resultados de la consulta hecha a los súbditos de Su Graciosa Majestad, han arrojado un saldo favorable al llamado Brexit, es decir, a la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea en la que ha participado con el calculado tacticismo propio de una sociedad política de sus características y trayectoria histórica. La noticia ha estremecido a muchos ideólogos y propagandistas, ingenuos o sobornados, que continúan ejercitando ese papanatismo europeísta del que ya hablara Unamuno, en contraposición con la derrotista afirmación orteguiana –«España es el problema, Europa la solución»– a la que se han acogido políticos españoles de todo pelaje y condición.

Los resultados permiten diversas interpretaciones, ya sean estas realizadas desde la plataforma de la Unión Europea ya en clave nacional, pues, mal que les pese a los más ardorosos defensores del proyecto europeísta que cuenta con Hitler como uno de sus más visionarios diseñadores –la Europa de los pueblos que pone los ojos en blanco a muchos hispanófobos regionalistas españoles-, las naciones soberanas siguen resistiendo. Y ello a pesar de los esfuerzos hechos por incontinentes políticos como José Manuel García-Margallo, favorable a «ceder toneladas de soberanía»,o por el pulcro Albert Rivera y su proyecto de resolver nuestros problemas internos disolviendo la nación en esa estructura que comenzara a articularse una vez agotadas las bélicas fumarolas de la II Guerra Mundial, cuando, tras la clausura de los hornos crematorios nazis, el bloque capitalista cayera en la cuenta de que la URSS ofrecía una verdadera alternativa, un Estado del bienestar al que enseguida se le dio réplica construyendo un dique que ahora acusa el paso del tiempo y muestra sus profundas fisuras.

Mirándose en su propio espejo, los Estados Unidos del Norte de América trataron de impulsar unos Estados Unidos de Europa, o al menos de una parte de esta. El proyecto contaba con un Reino Unido en el que sobresalía la rotunda figura de Churchill, y nacía con el trasfondo de otra importante armazón comercial, la de la Commonwealth. Tales circunstancias fundacionales marcarían la participación en la nueva Europa de ese mismo Reino Unido que tras pasar por las urnas se replanteará sus relaciones con la Europa en la que de nuevo vuelven a mandar Alemania y Francia. En lo simbólico, la Europa posbélica se puso en marcha bajo una enseña en la que flotaba una enorme letra E en rojo sobre un fondo blanco. Entre los principales constructores del bloque anticomunista cuya primera expresión institucional fue el Comité Internacional de Coordinación de Movimientos por la Unidad Europea, figuraban organizaciones como el Movimiento por la Europa Unida,con Churchill a la cabeza, la Internacional Liberal, en la que estaba integrado el dolarizado Salvador de Madariaga, los demócratas cristianos de Nuevos Equipos Internacionales y la Liga Independiente para la Cooperación Europea y el Consejo Francés para la Europa Unida. Bajo la amenaza soviética, el 7 de mayo de 1948 se abrióen La Haya el Congreso de Europa, al cual concurrió, por parte del católico Santo Padre, monseñor Paolo Giobbe. El Movimiento Europeo comenzaría de este modo a rodar, incorporando incluso a la Unión Internacional Campesina y al Movimiento Socialista para los Estados Unidos de Europa. A Churchil le acompañarían, en la presidencia de honor: Blum, De Gasperi y Spaak. Unitarismo y pacifismo fueron las primeras notas programáticas dominantes. Si bien, y pues tras el horror de la guerra parecía fácil definir lo que se entendía por paz, aunque se tratase, como es natural, de la de los vencedores, contigua a la de los amplios cementerios resultantes de la contienda, el unitarismo ofrecía diversas posibilidades. La federación, bendecida incluso por Pío XII, aparecía como una más que probable alternativa.

En tal contexto, las reticencias que desde Francia existieron para la incorporación al club o biocenosis –seguimos la definición dada por Gustavo Bueno– europea de Gran Bretaña, acabarían siendo vencidas, al igual que lo sería la inclusión de España en los tiempos del felipismo aupado al poder tras la decisiva financiación socialdemócrata alemana y la renuncia al marxismo. El nuevo e interior PSOE había llegado por fin al poder en una España en la que los norteamericanos habían cuidado a ciertos sectores contestatarios anticomunistas imbuidos de federalismo, liberalismo y europeísmo. Las consecuencias no se harían esperar: la España homologable mercantil y democráticamente a las sociedades capitalistas de su entorno, estaba madura para desmantelar su industria puesta en marcha tras una guerra y un periodo de potente estatalización. El Talgo daría paso al AVE movido por motores Siemens, SEAT -Sociedad Española de Automóviles de Turismo- sería absorbida por el alemán «automóvil del pueblo» tan característico del europeísta periodo hitleriano. El premio por todo ello, al menos desde el punto de vista ideológico, era la integración en Europa, si bien, las sectas separatistas comenzarían a pronunciar una de sus frases favoritas: «en Europa nos encontraremos…»

Sin embargo, esa construcción mercantil, ese sedicente proyecto político, comenzó a perder sentido una vez que la URSS se desvaneció. Es entonces cuando, en plena retirada de las gorras de plato, aparecerían los turbantes en los europeos Balcanes a los que la sublime Europa no consideró propios. El resurgimiento alemán era también un hecho. Un cuarto de siglo después, el panorama político había girado radicalmente y la amenaza no era ya el comunismo, sino el islamismo y las oleadas de inmigrantes atraídas por las condiciones de vida de aquellas tierras por las que pasó Marshall.

Sea como fuere, el Brexit, que viene a suceder a esa permanencia a la carta del Reino Unido en la Unión Europea, ha tenido lugar tras un proceso democrático. Un Brexit que vino precedido por el windsoreo de la Papisa Isabel II, cabeza de la iglesia anglicana cuyo papel en todo este asunto pone de relieve la profunda impronta religiosa que todavía acusan las naciones europeas, algunas de las cuales se envuelven, confundidas y medrosas, en la bandera de las doce estrellas sobre fondo azul, la enseña que confeccionara Arsene Heitz inspirándose en la Virgen de la Inmaculada Concepción y en las palabras del Apocalipsis:

 

«Una gran señal apareció en el cielo, La Mujer vestida de sol y la luna bajo sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas.»

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