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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La caída de Venezuela o la destrucción de un país

Por Salvador Burget

 

Hace un mes menos dos días, en este mismo periódico escribía sobre lo que se avecinaba en Venezuela. Entonces era una especulación, o una proyección de acontecimientos que aún no se habían producido y de los cuales, en mor de ese pensamiento humano de que en el último momento todo puede cambiar, una buena mayoría pensaba que no ocurrirían.

Sin embargo, propios y extraños, creyentes e incrédulos, lo cierto es que las peores previsiones se materializaron. El pasado 30J quedará en la memoria de los venezolanos, y en los libros de historia, como el peor día de la historia de su país. Porque sí, si de algo puede estar contento Nicolás Maduro Moros es de pasar a la historia como el individuo que destrozó la democracia en Venezuela, como el personaje entre siniestro y lúgubre que acabó con los derechos fundamentales de todo un país, como el conductor de autobús de limitadas capacidades intelectuales que llegó a la Presidencia del otrora más rico país de América del Sur.

Pero, el problema no es solo el Sr. Maduro, sino la turba agazapada en el anonimato, en las sombras de los jardines del Palacio de Miraflores y que de manera directa “aconsejan” al Presidente sobre cómo proceder. Porque no se equivoquen señores lectores, en Venezuela no manda Maduro, ni por asomo, sino como dicen los anglosajones un pool de personajes, adiestrados en otros regímenes que con mano más dura si cabe, están dispuestos a acabar con lo poco de dignidad que queda en el país para salvar su modus vivendi de lujos y ostentación.

Una vida, la que gozan ahora, cimentada en los podridos morteros que amasan negocios relacionados con el narcotráfico, con sobornos, fraudes y evasión de capitales, y que han ido pegando los ladrillos de su existencia.

Y mientras tanto, en el otro lado de la verja de ese complejo situado en la Avenida Norte 10, pero mirando de frente a la Avenida Urdaneta y junto al Jardín de Miraflores, miles, millones de venezolanos, gente de a pie, trabajadores, mujeres, niños y ancianos, se agolpan en las numerosas colas de los centros de distribución de comida, eso que en España llamamos supermercados, pero que en Venezuela ha adquirido otro significado más macabro.

Y lo hacen buscando algo que poner en los platos a la hora de comer. Eso si, obviamente, el arrimado de turno, ese que tiene la exclusiva de suministrar los alimentos para que luego el pueblo llano los compre haciendo uso de sus quasi cartillas de racionamiento lo permite. Curiosamente ese individuo, hermano de otro de igual o peor calaña, tiene numerosas empresas en España y goza de una libertad de movimientos que asombraría a cualquiera.

Poco importan las órdenes de búsqueda de la DEA norteamericana, la negación de entrada a Estados Unidos, la congelación de sus cuentas en bancos norteamericanos o sus relaciones con partidos populistas como el Syriza de Alexis Txipras, relacionadas con préstamos de dudosa legalidad.

Pero sí, el pueblo llano, el de las colas, mientras tanto lucha por sobrevivir. Estas palabras en el siglo XXI y en Venezuela suenan un poco extrañas, tan raras como una película del maestro Kubrik, pero cargadas de una triste y dramática realidad. Porque sí, en Venezuela la gente lucha por sobrevivir. Y no es una lucha contra balas, cañones o ataques aéreos, no es Siria o Irak o Libia, es una lucha por tener algo que llevarse a la boca.

Desde que el país tomase el rumbo de las políticas populistas, siendo objetivo y sin entrar en el terreno político, el declive ha sido progresivo. Tomado como laboratorio de experiencias de advenedizos consejeros políticos, que añoran un entorno similar al cubano o al chino, por no hablar de política, las decisiones que se han ido tomando solo han llevado a una profunda crisis, primero económica y ahora social.

Y hablo de advenedizos consejeros porque, a mis ojos (y no soy muy versado en terrenos políticos) es lo que me parece. Y puedo hablar de ello porque, si de Cuba hablamos, en mis casa alguien muy cercano a mí puede dar muchas clases de lo que significa un régimen como el impera en La Habana y que ahora parece querer exportarse a Venezuela. Y hablo de ello porque no son cosas que he leído, que me han dicho o que he soñado (“que suerte tienen los venezolanos” dirá uno), son cosas que en mi casa se han vivido y se viven.

Me pregunto cuánto tardará el régimen venezolano en instaurar cartillas de razonamiento para todo el mundo, en decretar un “periodo especial” modelo Cuba, o en eliminar la propiedad privada que le hace a uno no poder tener su casa cerrada por más de dos meses porque la interviene el Estado (“que suerte tienen los cubanos” diría otro). Curiosamente todo “dicen” pero ninguno lo vive ni hace por vivirlo, con lo fácil que es embarcarse en una avión y…destino Caracas.

Y en el interim entre manifestación y manifestación, entre herido y herido, entre muerto y muerto, los líderes de la Oposición política, agrupados bajo la siglas MUD, hacen sus proclamas patrióticas, llaman al ciudadano a luchar, a salir a calle a demostrar que “no podrán con nosotros”, pero yo me pregunto ¿y ellos?.

Si el pasado 30J se produjo la fractura entre la sociedad civil contraria al régimen y al Oposición política a ese mismo régimen, no fue culpa de los primeros, sino de los segundos. Porque, como dice el castizo refrán “predicar no es dar trigo” y si alguien le pide a otro que se sacrifique, que luche aun a costa de arriesgar su vida, se espera lo mismo en sentido contrario.

Eso, desgraciadamente, no ocurrió. No se pude ser líder de la oposición en formato televisivo, hay que serlo en carne y hueso. Como tampoco se puede ser líder de la Oposición cuando la mitad del clan familiar está a kilómetros de Caracas. De qué valen ahora los gritos de protestas, las llamadas de socorro si, en los momentos clave, no se estaba allí. Estos detalles y muchos otros, son los que han producido esa fractura entre la calle y los políticos democráticos que aún quedan, cual rara avis, en Venezuela.

Y, ¿ahora qué?

Difícil empresa tiene mi Señor, diría un castellano en la época de Cervantes. Por una parte, la Presidencia de Venezuela está aplicando con extrema habilidad la política de hechos consumados. Cierto es que la Asamblea Constituyente aún no se ha convocado, se espera que sea hoy, pero es solo cuestión de tiempo que eso ocurra. Y créanme, conforme están las cosas, es mejor que ocurra.

Por otra parte, la Oposición (política) que, en ocasiones, más parece que esté contando votos para una futuras (muy futuras) elecciones Presidenciales que realmente pensando en que hay que salir a la calle a luchar. Y en medio el pueblo venezolano, el único damnificado, el único humillado, la única víctima de la prepotencia, desvergüenza y falta de escrúpulos de unos, y de la falta de arrojo, de miedo y de demasiado cálculo electoral de otros.

Venezuela, el pueblo venezolano, está solo, no nos equivoquemos. Recuerdo que el pasado sábado 29J, en las redes sociales la gente se preguntaba “¿Dónde está el del helicóptero?”, en clara alusión a ese policía que, cual Kevin Costner vistiendo ropas de Robin Hood, se erigió en salvador de la patria. Pues simplemente no estaba, como no lo estuvieron aquellos que decían “vamos a luchar”. El pueblo venezolano está solo y de eso tenemos la culpa todos.

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