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Tras la conmoción bĆ©lica y aĆŗn con rescoldos humeantes en las ruinas de BerlĆn, legiones de sociólogos, historiadores y antropólogos se lanzaron a la tarea de dar respuesta a los por quĆ©s. Dedicaron sus carreras a descifrar las causas que llevaron a la sociedad mĆ”s culta de Europa a abrazar un movimiento brutal y depredador como el nacionalsocialista. A descifrar, ya no las causas por las que Alemania habĆa desatado una guerra global, sino las causas del ascenso del rĆ©gimen que desatarĆa esa misma guerra global.Ā
Y las causas aparecen hoy expuestas en toneladas de bibliografĆa. Fueron varias y de diferente naturaleza y se cruzaron, como en una tormenta perfecta, en un espacio y un lugar: la Alemania de los aƱos veinte y treinta. El ‘humillante Tratado de Versalles‘, impuesto tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, resultaba insoportable para unas Ć©lites empapadas de nacionalismo romĆ”ntico, mitologĆa medieval y lirismo castrense. Y la teorĆa de la evolución de Darwin, que en Alemania degeneró en un racismo pseudocientĆfico del que bebieron las Ć©lites nazis.Ā
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(Cartel propagandĆstico nazi orientado a las Juventudes Hitlerianas)
La confluencia de una suerte de darwinismo social enloquecido coincidió con el irracionalismo filosófico imperante y produjo el desastre. La primacĆa de la voluntad -concepto fetiche del nacionalsocialismo- y los impulsos primarios sobre la realidad objetiva legitimaron las monstruosidades que habrĆan de venir. Hombres como Nietzsche y Schopenhauer cebaron, sin quererlo, la mĆ”quina de muerte nazi.
En lo social, el miedo a una revolución bolchevique y el antisemitismo. En lo económico, el paro desbocado y una inflaciónĀ nunca antes vista. Y en lo polĆtico, la inestabilidad de la RepĆŗblica de Weimar y la muerte del presidente Hindenburg, Ćŗltimo obstĆ”culo de Hitler. Junto con el clima intelectual imperante, las sociales, polĆticas o económicas fueron igualmente causas determinantes que ayudan a entender el auge del nacionalsocialismo.Ā
El maƱana me pertenece
Cualquier intento de explicar el auge del nazismo palidece frente a la secuencia de Cabaret en la que unĀ joven de aspecto serĆ”fico entona ‘Tomorrow belongs to me’ (āDer Morgige tag ist meinā, ‘El maƱana me pertenece’), una bella canción popular alemana –escrita ad hoc para la pelĆcula–Ā que habla de rĆos, bosques y ciervos. El lugar, un prado vestido para alguna verbena popular, abunda en lo bucólico de la canción. Todo es inocente y puro. Hay jarras de cervezas y manteles con los colores de Baviera. Hombres y mujeres de todas las edades que al principio escuchan. Escuchan y sonrĆen. El muchacho canta sereno, perdiendo la mirada azul en el infinito. Se une un acordeón. Y luego dos muchachos mĆ”s. La mĆŗsica va in crescendo y gana en riqueza instrumental. TambiĆ©n hay una tuba. La emoción empieza a ser embriagadora. El joven, luego se ve, viste uniforme pardo y luce cruz gamada en el brazo. Y ya no sonrĆe. Ya cantan todos. El espĆritu del pueblo –volkgeist– les pone en pie. El ambiente empieza a resultar perturbador. Dos ingleses que aparecĆan al principio de la escena, miran a su alrededor visiblemente incómodos.Ā
Los instrumentos rompen a la vez. Familias enteras se yerguen y cantan marciales. Ya no opera la razón. Es Nietzsche. Es Schopenhauer. Son las valkirias cabalgando a galope tendido. Es la emotividad romĆ”ntica en estado puro. La letra llega a su momento mĆ”s estremecedorĀ apelando a la seƱal que Alemania habrĆ” de dar. āTus hijos estĆ”n esperando a verla/ LlegarĆ” la maƱana en que el mundo serĆ” mĆo/ El maƱana me perteneceā. Todo el mundo participa de la liturgia excepto un viejo, metĆ”fora del futuro disidente, que niega sutilmente con la cabeza. QuizĆ” combatió en la guerra franco-prusiana de 1870 o en la Gran Guerra. QuizĆ” en ambas. Esto ya lo ha visto antes. Y sólo cuando los presentes estĆ”n completamente enajenados, sólo cuando han sido por completo poseĆdos por el volkgeist, solo entonces, el rubio efebo del principio completa el uniforme calzĆ”ndose la gorra y levantado un brazo rĆgido como una tabla. āØMientras los ingleses abandonan el lugar, uno pregunta: āĀæSigues creyendo que podremos controlarlos?ā.Ā
El sueƱo de la razón produce monstruos. El romanticismo desesperado arrasa la razón. La belleza seda el discernimiento y catapulta el alma humana hasta lo sublime o lo monstruoso. La belleza, concepto erróneamente despachado como superficial, movió a la guerra a la nación mĆ”s culta del mundo. A la mĆ”s racional. āØ
Y hoy, realidades muchos mĆ”s prosaicas que la Ć©pica nazi demuestran su alcance cotidiano. Un grupo de investigadores experimentó el efecto que provocaba la mĆŗsica francesa en los compradores de un supermercado norteamericano. Descubrieron que el vino francĆ©s disparaba sus ventas en detrimento del resto. Preguntados los clientes por los motivos de la compra, ninguno admitió haberse dejado influir por la mĆŗsica.Ā