Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
A partir de septiembre saldrá al mercado el nuevo paso tecnológico del móvil de la manzana, con una pantalla de zafiro que la hace casi indestructible por caídas al suelo, rayados, u otros accidentes similares. En el campo de los teléfonos móviles estamos llegando casi a la perfección técnica.
Aunque todo este esfuerzo es cierto, sin embargo el aparatito que pronto llegará a la cifra mágica de casi seis mil millones de usuarios en el mundo, tantos como seres humanos poblamos este planeta, nunca será incapaz de sustituir el afán de incomunicación que tiene la sociedad actual.
Es una contradicción en todos sus términos: cuando más teléfonos móviles existen, es cuando menos nos comunicamos las personas, pues ha llegado y ya está aquí la forma de ir con unos cascos de audio pegados a las orejas, que nos hace invisibles auditivamente al resto de seres humanos que vamos por la calle, en el autobús o en algún lugar público. Hoy quien no lleva unos cascos es un retrasado mental.
De este modo piensan algunos que duermen hasta con los cascos colocados en los pabellones auriculares. Estos cascos se están vendiendo por varios países como rosquillas, ya que son moldeables, adaptables a la almohada, a la espalda del sofá, o al asiento del vehículo que se conduce.
Aquí se han encontrado con la ley inserta en el actual código de la circulación vial, que prohíbe que el conductor tenga los oídos tapados. Estamos en la era de la comunicación incomunicada. ¡Cabrá mayor contradicción y deshumanización¡.
Pues, existe y se da de forma casi generalizada. Basta darse un paseo por las mañanas para encontrar a los corredores con cascos, a las amas de casa camino del mercado con cascos, a los ancianos sentados en los bancos de los parques con cascos…hemos modelado a las personas con cascos que nos incomunican con el exterior.
Vivimos en una sociedad de incomunicados. Estamos perdiendo el sentido de la cercanía, del diálogo, de la amistad, de la familiaridad y de la confianza mutua. Con razón el Señor nos pidió que nos amáramos unos a otros como él mismo nos amó. La mejor manera de vivir esta invitación es con el lenguaje de la comunicación y con el don del oído para recibir el buen mensaje de unos con otros, que es la cimentación de la familia y de la comunidad cristiana. Con quien no valen los cascos es con el Señor al que tenemos que hablar y rezar por recuperar el sentido de la fraternidad y del amor para que algún día recibamos el premio a la creación de un clima humano y cristiano a nuestro alrededor con los sentidos que el mismo Dios nos hizo cuando nos sacó del barro y nos hizo a su imagen y semejanza.