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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Castrado y quemado vivo por no apostatar

El odio a la religión fue una constante entre los milicianos de izquierdas durante la Guerra Civil. En estos días en los que la aplicación sectaria de la Ley de Memoria Histórica pretende eliminar vestigios de los crímenes cometidos en la represión del Frente Popular, conviene recordar algunos de los crímenes que en nombre del pueblo realizó la izquierda en aquellos años.

Hay muchos, y algunos ya han sido contados en este blog. Hoy vamos a contar el martirio y asesinato de Juan Duarte Martín, un joven diácono de 24 años, natural de Yunquera (Málaga), pero asesinado en Álora.

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Era hijo de una familia de campesinos. Tuvieron 10 hijos, de los que sobrevivieron seis. De ellos Juan era el cuarto. Con 12 años le dijo a su padre que quería ingresar en el seminario para ser sacerdote. El padre, que era miembro de la adoración nocturna, le apoyó, a pesar de que no tenían dinero para costear su estancia en la residencia del seminario. Pero la familia hizo un esfuerzo y consiguieron enviar al hijo a cumplir con su vocación.

Los resultados académicos del joven fueron brillantes y, tras los exámenes volvía al pueblo donde ayudaba en a su padre en las labores del campo y, por las tardes, daba clases particulares a niños. También era fecuente verle organizando escursiones con niños a los que llevaba a visitar los alrededores.

Cuando llegó el verano de 1936, volvió a Yunquera para pasar las vacaciones con su familia. Allí hacía vida normal, sin ocultarse. Pero una vez estallada la guerra, sus padres le convencieron de que debía ocultarse. Lo hacía cada vez que los milicianos iban a su casa a buscarle. Para ello habilitaron una pequeña pocilga que estaba tapiada y a la que se accedía por una puerta camuflada.

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Un día en el que estaban solos en casa el joven y su madre, los milicianos le vieron a través de la ventana y le detuvieron. Era el 7 de noviembre de 1936. En el calabozo municipal estaban también detenidos otros dos seminaristas del mismo pueblo: José Merino y Miguel Díaz. La misma tarde del 7 de noviembre fueron trasladados al municipio próximo de El Burgo. Los dos compañeros de cautiverio de Juan eran menores que él. Tenían 21 y 22 años respectivamente. No eran tan conocidos en la zona porque su actividad con los otros habitantes de Yunquera era menor.

Por eso, José y Miguel fueron asesinados durante la madrugada del 7 al 8 de noviembre. Los fusilaron sin ningún tipo de procedimiento en la carretera de Ardales, en presencia de Juan que debió creer que correría la misma suerte.

Pero no fue así. Juan fue trasladado a Álora. Un municipio de mayor tamaño donde fue encarcelado en los calabozos municipales.

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Desde el día 8 empezaron a torturar a Juan. Recibía palizas diarias, le arrancaron las uñas de las manos y los pies introduciendo cañas bajo ellas, le aplicaban corrientes eléctricas en los genitales y le paseaban por las calles, simulando procesiones, entre insultos y bofetadas.

Cada día le decían que debía apostatar y cesarían los martirios, y cada día contestaba reafirmándose en sus creencias.

El día 12 de noviembre fue trasladado de los calabozos del ayuntamiento a la cárcel local. Allí siguieron los tormentos y añadieron otro más. Por la noche le llevaban mujeres y chicas para tentarle a mantener relaciones sexuales. Una de ellas fue una chica de 16 años a la que conocía. Ocurrió la tarde del día 15. Nuevamente rechazó los ofrecimientos y la respuesta de los milicianos del comité revolucionario local fue cortarle los testículos con una navaja de afeitar. El joven se desmayó por el dolor y la pérdida de sangre.

Aquella noche, los torturadores decidieron acabar con su vida. Tenían tanto odio hacia el joven que no había accedido a apostatar que le prepararon una muerte horrenda. Le trasladaron a una zona próxima conocida como Arroyo Bujía, allí le abrieron en canal, desde el abdomen hasta el cuello y, todavía vivo le llenaron de gasolina el vientre y le prendieron fuego. Juan gritó, entre los inmensos dolores que eso le producía “¡Ya lo estoy viendo!”, y en respuesta, uno de los milicianos le disparó varios tiros en la cabeza.

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Cuando sus familiares se enteraron del suceso fueron a Álora a por el cuerpo, éste estaba enterrado a muy poca profundidad y mostraba los coágulos de sangre redondos, propios de las quemaduras. El hermano mayor de Juan, José, fue el encargado de recuperar el cuerpo y prepararlos para llevarlo de vuelta a Yunquera, sus padres y el resto de sus hermanos no fueron capaces de hacerlo al ver el estado en el que había quedado.

 

La Historia da muchas vueltas y 71 años después, un sobrino nieto del martir Juan Duarte Martín, el diputado socialista José Andrés Torres Mora, fue el ponente en el Congreso de los Diputados de la Ley de Memoria Histórica. Una Ley que oculta los casos como el que padeció su familia para imponer una revancha que nada tiene que ver con la realidad histórica que vivió España durante la Guerra Civil y la posguerra.

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