La situación económica y política actual en Libia es notablemente caótica. Desde el comienzo de la Guerra Civil, los ciudadanos libios han visto insatisfechas sus necesidades básicas y muchos negocios se han visto obligados a cerrar. La causa de esta situación, así como la mejora y solución de la misma, pasa por las circunstancias políticas que el país atraviesa desde 2011. La crisis económica y financiera en Libia es progresivamente peor a medida que continúan las batallas por el poder entre las dos marcadas facciones gubernamentales.
El acuerdo político de Skhirat -2015-, que buscaba dar solución al conflicto libio con una transición pacífica y establecer un gobierno de unidad nacional, si bien esperanzador, no resultó efectivo. El control político se encuentra dividido entre la Cámara de Representantes, con base en Tobruk y apoyado por el General Haftar al mando del Ejército de Liberación Nacional, y el Gobierno de Unidad Nacional situado en Trípoli y que cuenta con el apoyo de la comunidad internacional. Pese a los intentos por llegar a un acercamiento entre las facciones, toda tentativa ha caído en saco roto. La falta de unidad política potencia y frena el progreso económico del país, así como toda esperanza de solventar la crisis que sufre la nación africana.
El pasado martes 25 de julio las dos figuras más representativas de las facciones confrontadas, Fayez Serraj -primer ministro del Gobierno de Unidad Nacional-, y el General Haftar se comprometieron en París, bajo la mediación de Emmanuel Macron, a implementar un alto al fuego y buscar salida al conflicto. Sin duda, todos los intentos que se produzcan son positivos en aras de buscar una estabilización regional y no potenciar la amenaza islamista. No obstante, examinando anteriores intentonas fallidas, no está de más mirar hacia este nuevo acercamiento con prudencia y escepticismo.
De no alcanzar un acuerdo político, el crecimiento económico continuará siendo negativo, la inflación gradualmente mayor y el desempleo crecerá. La economía libia es mayoritariamente dependiente de la exportación de petróleo, englobando el negocio de crudo la mayor parte del mercado del país. Tal es así que el gobierno ha sido el encargado de manejar los ingresos generados y procedentes de la explotación y comercio del oro negro. En ese sentido, y teniendo esto en cuenta, es preciso decir que el gobierno es el principal agente económico en Libia. Es por ello que solo mediante la consecución de un estado de estabilidad en el panorama político del país, la economía libia puede llegar a alcanzar niveles anteriores a 2011. Los actores políticos deben tomar conciencia, y cuanto antes mejor, de que la responsabilidad sobre el desarrollo y bienestar del país y el pueblo libio recae enteramente en ellos.
Pero como saben, esto no es un blog dedicado a asuntos de economía. Con este artículo quiero manifestar cómo todos los factores que rodean el funcionamiento normal de un estado son claves a la hora favorecer o poner trabas en el desarrollo de actividades
criminales y terroristas dentro del mismo. La inestabilidad política y económica dan paso y allanan el terreno a determinadas actividades y fenómenos que, en caso de haber una estructura estatal firme capaz de ejercer la puesta en marcha, legítima y legalmente, de las capacidades propias de un Estado, no tendrían la habilidad y propensión para surgir.
En regiones donde el terrorismo tiene presencia, allí donde los servicios que ha de proveer un Estado no llegan, entran en juego -y de manera muy efectiva-, las organizaciones terroristas. Cuando no se cubren las necesidades básicas -producto del vacío estatal-, o no se dan, a través de las competencias del Estado, oportunidades a los ciudadanos de cara a conseguirlas por uno mismo, aparecen en escena organizaciones criminales y grupos terroristas que, aprovechando a su favor las circunstancias en aras de incrementar en rendimiento las capacidades operativas del grupo, así como su base social de apoyo, y en cuestiones de rentabilidad la financiación del mismo, dotan a la población de todo aquello que el Estado no es capaz de ofrecer.
Terrorismo y criminalidad organizada giran en torno a un sistema de connivencia entre ellos. La delincuencia organizada se beneficia y lucra de las necesidades de los grupos terroristas en materia de venta de armamento y tráfico de personas. Esto, en Libia, es especialmente preocupante, no solo para el propio país y el Norte de África, sino también para Europa. Como consecuencia de la situación que atraviesa el Estado libio y dada la cercanía con el continente europeo, especialmente la región sur, Europa se ha visto obligada a hacer frente a actividades de criminalidad y terrorismo, y movimientos migratorios ilegales. Es particularmente significativo el paso de inmigrantes hacia Europa a través de Libia. Solo el pasado año 2016 alrededor de 180.000 personas cruzaron al viejo continente atravesando Libia y bajo el control de organizaciones dedicadas a la captación, trasporte y traslado de personas.
Dentro de los servicios que debiera prestar un Estado, asegurar un sistema férreo de seguridad resulta imprescindible para que la vida socioeconómica de un país sea ejercida dentro de parámetros de normalidad y ausencia de riesgo. Una estructura efectiva de seguridad, así como su correcta implementación, dificulta y pone restricciones a la libertad de movimientos y acción de los grupos terroristas. Esto, que a priori puede parecer evidente, ayuda, en un ejercicio de prospectiva, a prever reestructuraciones, movimientos y reagrupaciones de organizaciones terroristas.
Si bien la presencia de elementos islamistas asociados a Estado Islámico es manifiesta en Libia, la reciente pérdida del bastión de los yihadistas en Mosul y la ofensiva de las Fuerzas Democráticas Sirias que está teniendo lugar sobre al-Raqqa junto a las tropas de la Coalición está ocasionando que los combatientes islamistas se trasladen a territorio libio, favorecidos además estos movimientos por la porosidad de sus fronteras.
Libia vive sumergida en una situación de caos absoluto. Desde que dieron comienzo las revueltas en 2011, el país se ha visto colmado por milicias armadas independientes entre las que reina la violencia por el poder. Tal es la situación que los países vecinos, especialmente Túnez y Argelia, han aplicado medidas para evitar que la amenaza islamista se extienda y prolifere en su territorio. Empero, no solo las naciones limítrofes están bregando contra el desafío islamista y la situación de inestabilidad en Libia, pues ambos factores pueden amenazar a corto plazo los intereses de Europa y Estados Unidos, tanto en la región del Norte de África, como en suelo europeo.
Nora Gómez
DOI AICS
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